Translate

martes, 6 de diciembre de 2011

La mala palabra

La palabra. ¿Qué es la palabra? Muchas veces la usamos sin saber a cabalidad de qué se trata. La maltratamos. La despilfarramos. La desgastamos La solapamos. La vaciamos. La prostituimos. La reinterpretamos.

Unas veces nos dejamos llevar por su grafía, otras por uno de sus significados, las más de las veces por su sonoridad.

Sucede que la palabra nos subyuga porque nos aleja, en cierta medida, de ese horrísono silencio que nos enfrenta con nuestra conciencia y volcamos sobre el barullo de nuestro mundo interior toda la caterva de sonidos que nos vengan a los órganos de fonación, que no sólo la lengua intervine.

La palabra, esa que salva o mata, según sea el caso, es un enrevesado complejo de particularidades.

Por el lado de la escritura, es un grafema o un conjunto de ellos; por la arista del significado, es un sematema, dado también a la pluralidad; por el filo de la gramática, es un morfema o muchos a la vez, y por la esquina fonológica es un fonema o varios.

Pongamos un ejemplo: templó. Desde el punto de vista morfológico nos indica que es la tercera persona del singular, modo indicativo, pretérito perfecto, voz activa y aspecto perfectivo. Por la ladera fonológica nos está mostrando que es una agrupación de fonemas que en la carta fonética se distribuyen desde la (t) oclusiva interdental, la explosiva bilabial (p) hasta la líquida palatal (l), mientras que desde el atolladero semántico podemos asumirla como fraguar, en el caso de los metales; afinar, en el caso de los instrumentos musicales; fornicar, birlar, engañar, engatusar, en la norma cubana del español.

Pero nada de esto tenemos en cuenta a la hora de hablar, y hasta de escribir. Nos dejamos arrastrar por el simple impulso de romper el silencio, garrapatear sobre una superficie o emborronar sobre una pantalla líquida; el caso es imponer nuestro criterio, probar que estamos muy enterados, o que somos muy locuaces.

No son los vocablos obscenos las malas palabras, que por demás, en ocasiones –orales o literarias- son una necesidad expresiva. La obscenidad está más dada por la intención del hablante que por el significado del significante más agresivo. La verdadera mala palabra es aquella que se profiere o se escribe sin pensar, sobre todo, cuando se conoce que la palabra es el modo que tenemos de manifestar nuestro pensamiento.

2 comentarios:

  1. ¡¡Muy bueno!!
    (Con permiso, me lo llevo a mi muro de 'Facebook'. Gracias).

    ResponderEliminar
  2. ¡¡Muy bueno!!
    (Con permiso, me lo llevo a mi muro de 'Facebook'. Gracias).

    ResponderEliminar

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.