El problema cubano parece andar sin manos y arremetiendo a puro pecho, cabezas rotas y balsas que naufragan hacia un destino insospechado.
Ni a izquierda ni a derecha se puede otear con algo de certidumbre. Tanto liberales como conservadores parecen enfocarlo desde la óptica puramente partidista y en base a concepciones e intereses preestablecidos, y entonces los caminos se bifurcan de tal modo que ninguno conduce al conuco productivo.
Aquello que los conservadores suponen eficaz es rechazado con furor por los liberales, y lo que resultaría acertado para los liberales, es refutado con impetuosidad por los conservadores. Cuba en el medio dejándose examinar por doctos e ignaros, halcones y palomas, mientras el musgo de los horrores se acumula sobre ella.
Y es que Cuba no es otra cosa que un fósil a la deriva entre los vaivenes de una época que muere y otra que, entre bostezos, apenas se despereza. Nada le ha traído su pasado lóbrego y poco se vislumbra entre las promisiones.
El debate sobre Cuba también da la impresión de estar tan fosilizado como la propia realidad cubana. Nada se torna original y mucho menos efectivo. Arabescos teóricos, alamares bien bordados, guirnaldas de papel crepé sobre el atasco nacional es lo que abunda.
Entre arcaicos y vacios postulados como “fórmulas caducas”, ”exilio recalcitrante”, “fundamentación repetida”, “blandenguería política”, “dialoguismos absurdos”, “concesiones al castrismo” parece disolverse una retórica tan gastada y baldía como la propia actualidad cubana.
Ataquillos histéricos y poses profesorales sobreabundan en debates y medios mientras una oposición interna, sin brújula precisa ni astrolabio certero, se expone a la porra del policía inescrupuloso y al martillo de rábulas atrapados en la injusticia que representan.
Si recrudecer las sanciones al gobierno de La Habana, como arguyen los liberales, no ha dado resultados; flexibilizar las restricciones ha traído el mismo glamoroso –y clamoroso- fracaso, por lo que apelar hoy a cualquiera de las dos variantes no resultaría más que “formulas caducas” en ambos casos.
Si hoy las remesas y los viajes a Cuba son posibles –por más que los ataquemos o defendamos- quizás se lo debamos al esfuerzo de los liberales: Boca Camarioca, 1965: Lyndon B. Johnson. Puerto Mariel, 1980: Jimmy Carter. Crisis de los balseros, 1994, Bill Clinton. Demasiadas coincidencias como para que pase por inconciente o sin propósitos. Porque la emigración -como exportación socialista muy rentable- cubana es tan sui generis como el propio sistema que la genera y el modo en que es recibida. Matices para probarlo sobran pero no quiero seguir en el crochet que otros hilvanan con tanta habilidad de zurcidoras de calcetines sobreusados.
Muy bueno, Manuel.
ResponderEliminarComo siempre, las ideas claras.
Gracias.
Un abrazo.
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...y aprovecho la ocasión para mandarte desde aquí mis mejores deseos de paz y felicidad para estas fiestas navideñas, y prosperidad -si la maldita crisis lo permite- para el nuevo año.