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domingo, 31 de enero de 2010

OJEADAS

Kiss kiss, bang bang






Por Manuel Vázquez Portal







Hoy seré breve. No tengo ganas de escribir. He pensado mucho y necesitaría demasiado tiempo y espacio para decir todo lo que pensé.
El caso es que cuando trato de imaginar la Cuba del mañana, no sé por qué me viene a la mente la imagen del Miami de hoy.
Esa idea me martilla desde la noche del viernes después de haber visto el programa de televisión “Esta noche tonight”.
En él vi a Vanessa Formell cantándole a su padre “La gloria eres tú” de José Antonio Méndez, en una actuación entre irónica e incestuosa que me despertó ciertas inquietudes.
Aclaro que lo de incestuoso lo digo porque el tema de José Antonio trata sobre el amor a la pareja y no sobre el amor filial, y lo de decirle a Juan Formell que es la gloria resulta toda una ironía para quienes han atacado su presencia en Miami, y una recomendación que, por demasiado cercana, se torna sospechosa. 
Muy fino por parte de Vanessa. Siempre he pensado que las armas del arte son mucho más sutiles que los “mítines de repudio” de ambos bandos en contienda.
Y aunque algunos puedan opinar que las interpretaciones que han hecho desde Doña Elena Burke hasta el mismísimo Luis Miguel de esa composición es muy superior a la de Vanessa, y que la gloria real es José Antonio Méndez, quien tiene obras de un valor estético a las que, en caso de manquedades personales, se puede apelar muchos años después, no dejo de apuntar que por lo menos en el mensaje que deseaba enviar, Vanessa estuvo bien.
Por eso he querido ser breve. La idea de que la Cuba del mañana será como el Miami de hoy se me ha vuelto inquietante.

sábado, 30 de enero de 2010

SABADOS DEL AYER







Esta sección debo agradecerla a mi amigo, el poeta Manuel Sosa, que tuvo la gentileza de, mientras yo estaba en una cárcel de Cuba, él iba leyendo mis textos y los guardaba. A mi llegada a Estados Unidos, el poeta, desde Atlanta, me hizo llegar un CD-R con el archivo completo.



La “busca”



Por Pablo Cedeño



Grupo de Trabajo Decoro



La Habana, diciembre 18 de 1997. www.cubanet.org El robo en Cuba ha devenido categoría filosófica. Hay todo un sistema teórico que lo justifica, desde la pobreza hasta la ostentación. Hay quien roba porque no le resta otra solución, y hay quien roba porque es la única manera de vivir con ciertas apariencias cubiertas. Hay quien roba porque si no, no come. Hay quien roba porque si no, su niño no tiene patines lineales.
El robo en Cuba es una presencia inapelable, por lo cual se convierte en una categoría social. Es una institución más, que abarca desde todos los sectores hasta todos los niveles. "La peste el que no robe", parece ser la consigna. La raíz, quizás, tenga su asiento en la doctrina oficial. El pueblo manda, todo pertenece al pueblo. Entonces, el pueblo toma todo lo que es de él. No acuséis a nadie.
El robo en Cuba ha adquirido un rango de confiabilidad administrativa: si no se sabe robar, no se sabe dirigir. Desde una simple bodega hasta un gran almacén requieren de un tipo duro, probado. Y si paga la plaza, es decir, el empleo, mejor, porque eso indica que conoce el juego.
El robo en Cuba dejó de ser una mácula moral para convertirse en una cualidad personal: el que no sabe robar, o no quiere robar, es un tipo en el que no se puede confiar.
El robo en Cuba es, para colmos, también una categoría semántica. Ha sufrido una permutación de significado. El significante "robar" ha pasado a ser "buscar", aunque su significado sea el mismo. La "busca" es la posibilidad de robar. Cuando una persona agencia un empleo, no pregunta por el salario, ni por el horario, ni por las condiciones laborales, sino si hay "busca". Si no hay "busca", el empleo no interesa.
El meollo del asunto, y esto lo adivina hasta el Bobo de la Yuca, radica en la política de salarios, en la relación salario/costo de la vida, y por descontado, en la infuncionalidad del sistema económico que engendra el sistema social imperante.
Así que, ¡a robar, camaradas! Que eso ahora se llama "busca".

viernes, 29 de enero de 2010

Un anónimo desde Morón vía e-mail

Se reúnen en la Habana
para hablar de la Nación
cuatro gatos, un ratón,
dos lagartos y una iguana.
Hasta parece jarana
que esa caterva caduca
arme tanta Pancharuca
donde no queda ni alambre
y el pueblo pasa más hambre
que un piojo en una peluca.


¿Qué es Nación, si no derechos
de todos los nacionales?
Pero estos profesionales
de mentiras y despechos
llegan en llantos desechos
a rogarle al caporal
que les enseñe el fatal
rostro de una patria en rejas
mientras no escuchan las quejas
de un pueblo que sufre el mal.

jueves, 28 de enero de 2010

Noche de historia


Palabras de Sylvia G. Iriondo en la presentación del libro “Cuba: 1952-1959. The True Story of Castro’s Rise to Power”

Casa Bacardí.
Miércoles, 27 de enero de 2010.


Muy buenas noches a todos.
Constituye para mí un inmenso honor haber sido escogida por mi querido amigo e insigne cubano, el Dr. Manuel Márquez Sterling, como una de las presentadoras de su más reciente y esperado libro: “cuba: 1952-1959”.
El título presenta los siete años que sirvieron de justificación para que, a partir del primero de enero de 1959, se instalara en nuestra patria el más devastador de los sistemas políticos.
En esta presentación, auspiciada por “Herencia Cultural cubana” y el “Instituto de estudios cubanos y cubanos americanos” de la universidad de Miami, tengo también el privilegio de compartir el panel con reconocidos académicos, historiadores y expertos en el tema, como lo son el Dr. Bertie Bustamante, el Dr. Marcos Antonio Ramos y el Dr. Alberto Luzárraga.
Conocí verdaderamente a Manuel cuando alguien me regaló su novela histórica, “Hondo corre el Cauto”.
En cada una de sus páginas, y en la magistral narración de la historia, sentí el palpitar de esa patria vibrante gestada por la entrega y el sacrificio de nuestros “mambises” a través de las guerras independentistas, que culminaron finalmente en la instauración de la república de cuba, el 20 de mayo de 1902.
Y es precisamente de esa joven, pujante y prometedora república, de los incansables esfuerzos de un líder político de la talla del Dr. Carlos Márquez Sterling, padre del autor, y de otros notables cubanos, para evitar su eventual destrucción, así como de las razones por las cuales la más brutal y larga dictadura comunista en nuestro hemisferio logró imponerse en el poder, de lo que trata el formidable análisis y la profunda reflexión de aquel período en nuestro pasado como nación a la cual nos convoca el Dr. Manuel Márquez Sterling.
Pertenezco a la generación de 1945. Generación que apenas cumplía los siete años cuando se produce en Cuba el golpe de estado de batista en 1952, que rompe el ritmo constitucional de la república. Generación que apenas asomaba a lo mejor de su juventud y potencialidad cuando comienza la larga noche de la tragedia nacional cubana en 1959.

La Cuba que recuerdo y que marcó para siempre la esencia de mi identidad, a pesar de los problemas políticos que indudablemente existían, era esa Cuba cordial, donde mi generación se educaba y crecía en un ambiente sano, familiar y feliz, mayormente ajena a la magnitud de lo que verdaderamente estaba en juego para el futuro de la nación cubana, hasta que tuvimos un fuerte despertar a una prematura madurez.
Lamentablemente hoy, más de medio siglo después, generaciones de cubanos –en la isla y en el exilio- continuamos viviendo las nefastas consecuencias del colapso de la república de Cuba en el período que enfoca el autor. Unos viviendo en la patria sin libertad; otros viviendo en libertad sin la patria. Pero todos anhelando la patria y la libertad.

Manuel nos lleva a través de este período crucial partiendo de las condiciones socio-económicas que existían en Cuba durante la etapa que recorre su libro, lo cual establece claramente que no podía justificarse una revolución social en Cuba, que estaba para ese entonces muy por encima en adelantos socio-económicos que la mayoría de los países latinoamericanos e incluso del resto del mundo, incluyendo varios de Europa y de Asia, que se han colocado muy por delante de la Cuba actual, destruida por el comunismo.
Esclarece el autor con gran precisión cómo los problemas que existían en nuestro país en aquel tiempo eran de carácter político y no socio-económico; y como llega la tiranía al poder más que por la capacidad militar del movimiento revolucionario 26 de julio, por la ineptitud del gobierno de batista; por la desmoralización en las filas del ejército; por la violencia; por la corrupción; por las campañas propagandísticas manipuladas desde la Sierra Maestra con el respaldo periodístico de medios de prensa; por la política mal concebida en torno a Cuba de los Estados Uniodos. Dirigida desde el cuarto piso del Departamento de Estado durante este período; pero, sobre todo, por la inhabilidad de los partidos –y algo de indiferencia de muchos cubanos– de poner el bien común de la patria por encima de intereses políticos partidistas y discordias estériles, en aras de preservar las instituciones democráticas establecidas en la constitución de 1940 y lograr una solución política que evitara el vacío de poder del cual Castro se aprovechó para apoderarse del país.

Recuerdo, como el libro correctamente señala, la popular frase, escuchada en aquel entonces por doquier, de que “cualquier cosa era mejor que batista”. ¡Cuanta destrucción, muerte, encarcelamiento y sufrimiento se hubiesen podido evitar de haber estado conscientes de que no “cualquier cosa” sino “la mejor cosa” es lo que protege los fundamentos cívicos y morales sobre los cuales se construye y se preserva la república “con todos y para el bien de todos”!
Los mitos y falacias propagados por el régimen totalitario de Fidel Castro, tan elocuentemente descritos por Néstor Carbonell cortina en el prólogo del libro, y enfatizados por el autor a través de su contenido, nos muestran cómo la percepción se convierte en realidad para muchos cubanos que creyeron que “mejor que batista, cualquiera”, a pesar de las irrefutables evidencias que mostraban las peligrosas tendencias y la penetración comunista en el movimiento 26 de julio, desde sus orígenes.
Es en las continuas acciones y constantes llamamientos del Dr. Carlos Márquez Sterling, encaminados a buscar una solución para salvar a cuba del abismo que se avecinaba a pasos agigantados, donde su liderazgo político se acrecenta.
Márquez Sterling propone una tercera opción –sin Batista y sin Castro- por medio de una resolución ordenada y constitucional, y la celebración de elecciones libres, pluralistas y honestas que articulen las aspiraciones democráticas del pueblo cubano. Desgraciadamente para Cuba, el desenlace fue otro.
El libro de Manuel nos insta a plantearnos qué pasó; nos obliga a cuestionarnos cómo fuimos de la plenitud moral de nuestro proceso independentista a la zozobra de nuestra república, y nos llama a evaluar el período de 1952 a 1959, para sacar lecciones provechosas que contribuyan a la reconstrucción de esa república de cuba –libre, independiente y democrática- que aunque con imperfecciones alcanzamos y perdimos.
Los errores del pasado deben servirnos de guía para recorrer el camino justo, inconcluso aún, donde han quedado profundamente marcadas las huellas e ideales de muchos cubanos patriotas que ofrendaron sus vidas, sus mejores años en prisión y sus incesantes esfuerzos por la patria, que sólo llegará a su destino con la instauración en ese país –que sigue siendo el nuestro- de un sistema que garantice libertad, igualdad de oportunidades y felicidad a todos sus hijos.
La tercera opción por la cual abogaba el Dr. Carlos Márquez Sterling sigue hoy tan vigente como ayer. Medio siglo después de que el comunismo llegara al poder en nuestra patria, la meta sigue siendo la misma: el restablecimiento de la república basada en un estado de derecho, democrática, pluralista, con pleno respeto a las libertades fundamentales de sus ciudadanos.
Si la cuba del futuro podemos construirla sirviendo a la república y no sirviéndonos de ella, por medio de sólidas instituciones democráticas; de la ley establecida con justicia y raciocinio; y de la cubanía que heredamos de nuestros antespasados y que nos mantiene como nación genuina en el exilio, no podrán surgir otros demagogos que engañen al pueblo para convertir el país en un feudo de su tiranía. Ni para dar golpes de estado, ni para hacer revoluciones.
Si la cuba del futuro cuenta con el compromiso de todos los cubanos amantes de la libertad; del levantamiento cívico que ya ha comenzado en la isla, y de un exilio militante que ha mantenido su identidad nacional y ha rescatado el legado ardiente de la soberanía moral “mambisa” de los escombros en que la dictadura comunista ha intentado enterrar a la república, Cuba reconquistará su destino brillante.
Esa república, a cuyos valores, principios y fundamentos dedicó su vida el Dr. Carlos Márquez Sterling, no morirá mientras existan cubanos como Manuel, que la definan y que sirvan de voz orientadora a las nuevas generaciones de cubanos, quiénes tendrán, junto a nosotros, la inmensa responsabilidad y el sagrado deber de reconstituirla.
Muchas gracias.

DEJAME QUE TE CUENTE



Pas de deux




Un cuento inédito de Sindo Pacheco.





Bernabé se levantó bien de mañana, tomó café, encendió un tabaco, y se dirigió al baño viejo. Se había surtido de varios lápices y una agenda, además de una cuchilla y una buena goma de borrar. Lo otro que requería era tiempo, tranquilidad, concentración; pero apenas se hubo instalado, escuchó la voz de Felicia, su mujer, que se alejó hacia la calle, llamándolo, apagando su nombre, y luego se fue acercando intermitentemente.
—Estoy aquí —porque él se había encerrado, pero no era un prófugo para estar ocultándose de nadie. Estaba allí por cuenta propia.
—¿Dónde?
—Aquí, en el baño.
Ella se acercó. A lo mejor buscaba algo y necesitaba su ayuda, como ocurría casi siempre, pero llegó hasta el baño y se detuvo ante la puerta cerrada, Bernabé…, tocó dos veces, sorprendida, qué le pasaba, qué estaba haciendo allí oscuro.
Bernabé ni se inmutó. Se había sentado en el piso, las piernas recogidas y la barbilla apoyada en su mano izquierda.
Felicia se volvió. Al fin su esposo dejaba a un lado la lectura y se ocupaba de algo provechoso. Seguramente ponía un cordel para amarrar los ajos y las cebollas, o cualquier tarea con qué matar el tiempo libre, tomó un poco de leche, se sirvió café: aunque quizás el pobre tenía dolores de estómago, alguna colitis o mala digestión, posiblemente un empacho… Felicia trató de olvidarse del asunto; sin embargo veinte minutos después ya estaba tocando a la puerta, Bernabé, ¿le dolía el estómago?, ¿quería algún cocimiento…?
Bernabé seguía en la misma posición, el lápiz en su mano derecha, pensativo. Podía escribir la historia de su familia, o de cualquier familia, de cómo se vivía antes y se vive ahora. De nuevo sonaron los toques.
—¡Qué, vieja…! No quiero cocimiento. No me duele nada.
Ella se turbó, sólo un momento, habían venido tomates a la placita, de ensalada, ¿la oía, Bernabé?, habían venido tomates…
Felicia le dio la espalda, lo sentía, no iba a dejar la costura y los trajines de la casa para irse a una cola. Cortó unas telas, sacó unos moldes, y se puso a preparar el almuerzo. Antes, cuando Sergito estaba en la casa, era más complicada la cocina. Había que inventar y hacer dulces y sofritos, pero ahora echaba de menos aquella época hermosa en que tenía que esforzarse. Felicia peló unos plátanos y los puso a freír: de haber sido los cordeles, hacía rato que Bernabé hubiera terminado. Tampoco se escuchaba ruido de carpintería o de mecánica, sacó los plátanos y puso a calentar los frijoles: tal vez buscaba algo…, pero de qué se trataba, no podía ser dinero… ¿Y por qué había cerrado la puerta con tanto calor y oscuridad?, apagó el fogón para ir al baño, pero entonces lo vio venir medio ensimismado y sonámbulo con aquella libreta bajo el brazo. Felicia recogió las telas y las plantillas y preparó la mesa. Se había hecho el propósito de no investigar nada, ni mostrar el más mínimo interés. Sabía que mientras menos caso le hiciera, más rápidamente se le pasaría el arrebato. Cuando terminaron de almorzar, Felicia lo vio incorporarse y enrumbar hacia el baño con la misma libreta y una bombilla de cien watt, pero no dijo nada. Fregó la loza, preparó la cama, y durmió su siesta sin mayores consecuencias. Se levantó a la hora de siempre y fue al baño. Bernabé seguía allá adentro y regresó al comedor. Quería terminar un vestido. Le faltaba el falso y las candelillas, además de los ojales, pero apenas fijó la vista, empezó a dolerle la cabeza. Soltó el vestido. Le dio pan a la cotorra y maíz a las gallinas. Escogió el arroz y lo puso al fogón. Hacía tiempo que cocinaba lo mismo: arroz, frijoles, huevos, alguna ensalada… Antes venían el hijo y la nuera y solía matar alguna gallina, pero ahora estaban lejos, y las cartas eran cada vez más espaciadas. Felicia se bañó, preparó la mesa y fue al baño viejo, ya estaba la comida, tocó a la puerta con suavidad, se le iba a enfriar, temiendo una negativa. No era rencorosa y había olvidado el asunto de los tomates de la placita. Volvió a tocar más fuerte, ¿no pensaba bañarse hoy tampoco?
—Noooo.
Le irritaba que su mujer le pusiera el tampoco a todas las preguntas: ¿acaso no se había bañado ayer…? Pero inmediatamente sintió remordimientos: no era culpa suya si no lo comprendía, día y noche prendida a la máquina de coser para vivir un poco más holgado y tener los cuatro pesos, bastante trabajo que le costó hacerse del título ese de María Teresa No sé qué, donde había que aprender un mundo de costura, de hombre y de mujer, y hacer bordados e incrustaciones. Todo eso sin que jamás hubiera leído un buen libro, ni disfrutado una buena obra de arte. A lo mejor lograba escribir algo, y acaso ella cambiaría. Sería más amable y le cuidaría la tranquilidad, atajándole los ruidos, las malas noticias, preocupada para que no le faltase el café sobre el escritorio. Bernabé apagó el tabaco contra el suelo. El local ya estaba iluminado: cajas, cajones, una mesa vieja, un canapé… Hacía tiempo había fabricado un baño nuevo, y desde entonces éste absorbía lo que iba sobrando en las demás habitaciones. No era un buen sitio para escribir, de la calle llegaban ruidos de motores y hacía calor, pero no tenía alternativas. Ya era tarde para aspirar a un sitio ventilado, en la punta de una loma, con las montañas al fondo: horizonte azul y lejano… Bernabé se incorporó. Le dolía un poco la cintura y sudaba copiosamente. Abrió la puerta y fue hasta su cuarto. Buscó ropa limpia, se bañó, se afeitó. Felicia no aparecía y tuvo que ir a los calderos. Comió abundante, tomó café, y cayó de sopetón en la cama, ni siquiera advirtió a su mujer. Se sentía agotado como si hubiera hecho un gran esfuerzo. Durmió bien, sin sueños ni pesadillas, y despertó de madrugada con los primeros cantos del gallo. Hizo café, desayunó, y preparó su local: había encontrado una mesita donde apoyar, y un viejo banco de madera, pero había demasiado enredo en su cabeza. Tenía un rollo enorme de hilos diferentes que se mezclaban y se confundían entre sí. El problema era extraer un solo tipo de hilo sin dejar nada en el rollo. Cada historia era un hilo. Era preciso hallar un hilo corto, una historia sencilla, una bonita historia de amor: Bernabé recordaba a Leonides, aquella muchachita de trenzas rubias que un día desapareció de su vida, dejándole la infancia hueca y desolada, pero el niño aquel ya estaba ausente, diseminado en toda su vejez. Podía escribir la historia de él y de Felicia, de cómo se conocieron en aquel baile, y las leguas que tenía que recorrer para ir a visitarla los domingos. Era un recuerdo hermoso y tierno, pero Bernabé pensó en esta Felicia de ahora, desarreglada y gruñona, y se le esfumó la inspiración. De Sergito no quería escribir. No valía la pena. Se preguntaba si realmente su hijo había existido o era una invención que prefería olvidar. El resto de su vida era una caja vacía. Los eventos más cruciales acaso daban para una composición: la vez que lo tumbó la yegua, la vez que lo mordió la yegua, la vez que lo pateó la yegua… Había otros pasajes que Bernabé iba desechando y retomando —él y el río, él y el campo, él y la gente—, hasta que cayó en el tema de la creación, este meollo de sí mismo que también era importante. Sí, la creación. Bernabé se felicitó por la idea. Ya tenía el tema: un hombre que deseaba escribir; escapar de la rutina del día a día. Su personaje podía ser un inválido, o un ciego, o un sordo mudo; pero encontró vulgar ese recurso, no tenía por qué impresionar a nadie: mejor que fuera un hombre normal, hecho y derecho, más bien maduro, o quizás viejo, eso era, viejo, un tipo experimentado y conocedor que un día descubre un buen regalo para dejarle a la humanidad. Se llamaría…
—Bernabé… —era Felicia, ¿estaba bravo con alguien…? ¿Por qué se había encerrado?
—Voy a hacer una obra, vieja.
—¿Una qué…?
—A escribir una obra.
De momento Felicia no entendió. Quién le había metido aquello en la cabeza. Quién había visto a un pobre diablo que apenas fue al colegio escribiendo obras. Pero ella lo sabía, lo presentía. En nada bueno podía parar tanta manía de leer. Siempre le había gustado la lectura, pero después de jubilarse aquello parecía ya una obsesión.
El día siguiente fue una copia al carbón del anterior. Por la tarde Felicia fue al patio y regresó con unos gajos de tilo y mejorana y los puso al fuego. Acto seguido se puso a pelar unas toronjas que envejecían en el aparador. Quizás el olor del dulce, de su dulce preferido, lo sacaría de aquella obstinación. Felicia se tomó el cocimiento, puso los cascos a hervir y se dirigió al patio, se apurara, ¿no pensaba salir de allí hoy tampoco…?
Pero Bernabé no respondió: Su personaje iba a ser sincero. No importaba si era alegre o triste, siempre que tuviera dignidad y que fuera un tipo buena gente. Se llamaría Ignacio, eso era, Ignacio. Bernabé volvió a felicitarse. Su historia empezaría directa, nada de rodeos que pudieran desviar la atención. Cogió el lápiz: Ignacio se levantó a las seis de la mañana, picado por el bichito de la creación, y empezó a escribir su primera obra maestra —alguna vez había oído decir que el arte era como un bichito. Leyó los tres renglones: no tenía por qué ser una obra maestra. Bastaba que fuera una buena obra, de gente común y corriente. Tachó lo escrito y volvió: Ignacio se levantó a las seis de la mañana, picado por el bichito de la creación…, ahora le caía mal el bichito: Ignacio se levantó a las seis de la mañana y empezó…, tampoco hacía falta la hora: Ignacio se levantó… Bernabé se detuvo: Si un hombre común de buenas a primeras se ponía a escribir, los demás insensibles pensarían que se había vuelto loco. Su familia y sus vecinos vendrían a tocar, a molestar, a tratar de hacerlo salir. Sería un bicho raro, un excéntrico, un loco.
Volvió a sonar la puerta. Era Felicia, ¡no lo iba a llamar más!

—¡Vete al diablo! —Bernabé golpeó la mesa con el puño—. Yo no estoy loco ni nada por el estilo…
¿Loco…?, Felicia tragó en seco, ¿él había dicho loco…? Volvió a llamarlo, esta vez más bajito, le dejaba el almuerzo servido.
—Okay.
Felicia dio media vuelta. Era raro aquel okay. Fue hasta su cuarto y se tiró en la cama como solía hacer por las tardes, pero sus oídos se mantenían atentos a Bernabé allá en el baño viejo. Sin lugar a dudas su marido se había vuelto loco. Cuántas gentes no se acostaban buenos y sanos, y amanecían hablando boberías. Felicia recordó a la vieja Rosa, que pasó los últimos años de su vida llamando a Bertico, aquel hijo remoto perdido en una guerra cuya causa ya casi nadie recordaba. También ellos habían perdido a Sergito, era casi lo mismo. Su hijo no era más que una porción del escaparate que crecía lentamente, con cada postal de Navidad.
Por fin logró conciliar el sueño y durmió mucho más de lo habitual. Se levantó animada, dispuesta a los mismos quehaceres cuando de pronto se acordó de Bernabé y se precipitó hacia el baño viejo tratando de recordar si aquella historia era verdad o la había soñado. El baño continuaba hermético.
—Bernabé…
Nadie respondió.
—Berna, ¿me oyes?
—Sí…
Pero Felicia no halló qué responderle. Siempre había resuelto sus problemas dándole a la máquina de coser, como si el pedaleo le ayudara a pensar, pero esta vez era distinto y se sentía aturdida. De repente adquirió conciencia del tiempo que había transcurrido sin que mediara una caricia, un elogio, alguna frase amable. Tenía que hacer algo, y rápido si quería que el pobre tuviera chance de recuperarse, pero en ese momento tocaron a la puerta, la mujer del vestido seguramente, a qué hora, todavía no lo había terminado, lo sentía, había estado enferma, viniera el jueves a ver, iba a tratar…, Felicia abrió la puerta. No era la mujer del vestido. Era María Julia: ésta era la tela que le había dicho, viera, se fijara qué le parecía para el juego de pantalón. Muy buena, entrara, qué le iba a hacer, no había más remedio, cintura cincuenta y ocho, busto sesenta y cuatro, quién la mandó a hacerse costurera, toda la vida tras la máquina, acomodando a la gente, espalda veinte, sin vacaciones ni fines de semana, y con un millón de compromisos, talle cuarenta y cinco, ancho de sisa veintidós, ya estaba, viniera dentro de una semana a entallarse, ella le avisaría, hasta luego… Felicia cerró la puerta y regresó a la cocina, le echó azúcar al dulce de toronjas, puso el fogón a fuego lento y siguió para el cuarto: ahí estaba el libraco que Bernabé nunca acababa de leer, con el gordo y el flaco montados a caballo. Felicia tomó el libro y lo sumergió en el fondo del escaparate, detrás del maletín y de las viejas fotos de familia. Ya había tomado una determinación. Daniel lo ayudaría. Era un buen sobrino. Lo sacaría de allí de la misma forma que lo llevaba al médico cada vez que se negaba. Felicia se sentía ahora más tranquila. Se arregló en un dos por tres, con ademanes resueltos. Antes de irse volvió al baño, iba a salir un momento, así aprovechaba la tranquilidad.
—Okay.
Bernabé había sentido el olor de la toronja. Un olor codificado en su memoria, y se remontó a su infancia, a su Leonides, a aquellos días de Navidad bajo la sombra de un caimito… Ahora la vida parecía más difícil, más agitada, más falsa. Los niños no jugaban a la Rueda-rueda ni le pedían la bendición a los mayores, la gente apenas se daba los buenos días… Bernabé volvió a su relato. Había logrado algunas páginas. Ya Ignacio estaba escribiendo, desarrollando su propio tema, independiente como si tuviera vida propia, pero con la diferencia de que él vivía solo, aislado, sin nadie que pudiera interrumpirlo. Tenía tranquilidad y tiempo, mucho tiempo, todo el tiempo del mundo. Bernabé sonrió satisfecho de Ignacio, que escribiría lo que él mismo era incapaz de producir. El final no importaba, llegaría solo, por su propio peso. La historia misma derivaría hacia su final. El personaje de Ignacio era un viejo que se había encerrado como si fuera a escribir… ¿Encerrado…? Bernabé frunció el ceño, pero se calmó: no era lo mismo, él saldría, él estaba allí para salir, para volar, para realizarse a sí mismo. ¿A sí mismo…? ¿Él se estaba realizando o lo estaban realizando…? ¿Acaso a él también lo estaban escribiendo? Bernabé recorrió otra vez toda la historia: allí estaba Ignacio, incansable, Ignacio escribiendo, el personaje de Ignacio, encerrado, encerrado. Fue a comenzar de nuevo, buscando una salida al laberinto. Vagamente escuchó la voz de su sobrino: qué le pasaba, abriera la puerta, Bernabé no se movió, aferrado a la historia, a su tema, a su desenlace, por favor abriera la puerta, no podía resistir la tentación de conocer el final, abriera la puerta, sentía necesidad de conocerlo, de verse en él y de salvarse.

miércoles, 27 de enero de 2010

DOS MÁS DOS, SON 75


Los derechos retorcidos




Por Manuel Vázquez Portal



Miguelito ya debía estar libre. Andar por Quivicán abrazado de Sofía del Carmen y sus dos hijos, a quienes tantos abrazos les debe de estos siete años. Pero las leyes en Cuba tienen un espíritu diabólico y una letra que se tuerce según el deseo de aquellos que la imponen.
A José Miguel Martínez Hernández lo condenaron a 13 años de cárcel por fundar una biblioteca independiente en su pueblo natal y ser gestor del Proyecto Varela del Movimiento Cristiano Liberación.
En marzo de 2003 la policía política cubana orquestó un enorme operativo militar alrededor de su casa, revolcó todos los rincones de la privacidad familiar y arrestó a Miguelito delante de los ojos espantados de sus hijos.
Lo conocí en la Habana Vieja. Lo recuerdo gentil y sonriente. Dentro de su enorme corpachón parecía un niño cándido con ansias de aprender. No puedo olvidar ese día. Eramos libres y soñábamos con ayudar a los demás a serlo. Traía un libro mío en su cartera y quería que yo se lo dedicara para su biblioteca independiente. Pujé mi mejor caligrafía y se lo devolví firmado. El sonrió y lo guardó otra vez como si fuera un tesoro. El libro se perdió. Lo confiscó la policía política y debe haberlo incinerado.
Unos meses después volvimos a vernos. Y éramos más libres aún. Aunque ambos caminábamos esposados por un pasillo del cuartel general de la policía política cubana podíamos mirarnos a los ojos sin vergüenza y saber que quienes nos encarcelaban eran quienes debían avergonzarse.
Desde entonces han pasado siete años. Según las leyes cubanas Miguelito, quien ya cumplió más de la mitad de su condena, debía estar libre. Andar por Quivicán abrazado de Sofía del Carmen y sus dos hijos, a quienes tantos abrazos les debe, pero el derecho en Cuba es retorcido y no le ha brindado ese beneficio aún cuando no debía haber estado preso ni un solo día.



        Una vida encañonada






 Por Don Alternán Carretero.



Blas Giraldo Reyes Rodríguez parece haber nacido para que los hermanos Castro lo maltrataran. Desde niño lo han zangoloteado como a un costal de harina.
Tenía apenas 16 años cuando su padre fue víctima de lo que el gobierno cubano llamó “la limpia del Escambray” y fue a carenar junto a su familia tras una alambrada conocida como Santa Ana, en la provincia de Pinar del Río.
Pero no estuvo mucho tiempo junto a sus padres y hermanos. Lo llevaron al Servicio Militar a una zona de Camagüey donde tuvo que realizar trabajos forzados durante tres años. No le dieron tiempo para que estudiara.
Cuando en 1975 la familia se reunió de nuevo fueron desterrados al “pueblo cautivo” Ramón López Peña, y allí le ocurrió a Blas Giraldo lo mejor de su vida: conoció a Isel de las Mercedes, también una desterrada del Escambay, a quien desposó y ama hasta hoy.
Para mantener con honradez a su nueva familia trabajó en las Canteras de Bermejales y en la construcción de una central azucarera. Pero quería un futuro mejor y en cursos nocturnos, después de las agotadoras jornadas, se iba a terminar sus estudios secundarios. Logró más tarde concluir un curso de técnico medio en topografía.
En 1988 les comunicaron que podían regresar a su lugar de origen. Volvió a la provincia de Sancti Spíritus en 1990, trabajó como topógrafo en la industria de recursos hidráulicos. Pero cuando fundó el ex club cautivo, el Movimiento Cristiano Liberación y la Biblioteca 20 de Mayo, fue víctima otra vez de arrestos e injusticias, hasta que le prohibieron ejercer su profesión y tuvo que retornar a sus labores agrarias con particulares para ganarse el sustento.
El 19 de marzo de 2003, tras un aparatoso operativo militar que lo hizo recordar su infancia encañonada, fue arrestado junto a 74 disidentes más. Sentenciado a 25 años de privación de libertad, lo llevaron a la prisión de máximo rigor de Agüica, en la provincia de Matanzas y más tarde a la cárcel Nieves Morejón de Sancti Spíritus donde aún sigue vigilado por el oscuro ojo de los cañones castristas.

martes, 26 de enero de 2010

OTRO CANTAR









Sueña versos de amor




El cetrino papel de los colegios
salpicado de insomnios y muchachas
ahorcado de un clavo en la pared;
una brizna de hierba en el zapato
oloroso a sendero
aún viudo del pie que lo enrumbara;
la leve cicatriz en el mentón
de aquel niño que quiso ser torero, capitán,
panadero, albañil, cosmonauta;
el sello de la aduana brutal de los adioses
cuando aún los abismos eran cuentos de abuelas,
pudieran ser la pruebas de que anduvo.


Sin embargo, está aquí
sentado al filo mismo de la aurora
soñando serventías sin trazarse en los mapas,
celajes sin calcar por las miradas,
surtidores melódicos
bajo la umbrosa soledad de las ensoñaciones.


Aquí está,
antiguo niño transcurrido,
que se niega a aceptar la fontana que calla,
el barco que se aleja,
el mudo ruiseñor de los otoños.
Está aquí,
nadando en el estanque hondo de los recuerdos,
con su morral henchido de avideces
a pesar de las dichas,
los oscuros suicidios y las resurrecciones.


Aquí está,
sueña versos de amor
escurridizos, torpes,
sutiles y volátiles
cual si aspirara aún
al cetrino papel de los colegios
que de nada sirvió.

lunes, 25 de enero de 2010

TECLA FELIZ, DUENDES QUERIDOS








Folclor















¡La cacerola,
qué buen tambor!


Le saco música.


Y el tenedor,
es la batuta
del director.


-¡Calla, muchacho,
calla ese horror,
que ese caldero
no es un tambor!


Tía ha olvidado
tan buen folclor.


Adultos




Pobres adultos,
¡qué poco astutos!
No ven los duendes
de los arbustos
hablan de ramas
y hablan de frutos
como si un duende
-con mucho gusto-
no los pusiera
verde y maduros.


Corceles












Caballito con alas,
es el Pegasso.


Caballito de mar,
el hipocampo.


Caballito de ramas,
para trotarlo.

domingo, 24 de enero de 2010

OJEADAS







La guerra sismológica o el día en que Hugo Chávez y comparsa decidieron ingresar al reino de los conspiranóicos








Por Manuel Vázquez Portal




Para los conspiranóicos cada hecho extraordinario requiere de una explicación extraordinaria, o por lo menos espectacular. Su paranoia consiste en que todo es una conspiración. Nada ocurre de manera natural o por medio de leyes naturales que rigen el universo, sin que detrás de cada suceso estén las perversas manos de los conspiradores temibles. Sus argumentos van desde lo satánico hasta lo pseudo-científico pero sus hipótesis se muestran por lo general como irrefutables.
Los conspiranóicos son absolutamente suspicaces y adictos a verlo todo como una estrategia del mal para imponerse sobre el bien, y regularmente el mal es la Casa Blanca. Pareciera que su objetivo único y final es minar de miedo y desconfianza al mundo y convertir al individuo en un escéptico irreductible a la vez que en un ácrata irrefutable, pero sobre todo, en un acérrimo enemigo de Estados Unidos.
Así Neil Armstrong y Edwin F. Aldrin jamás pisaron el mundo selenita ni el Apolo once llegó nunca a la Luna, sino que fue un montaje conspirativo de la Guerra Fría para que los soviéticos se atemorizaran frente a las ventajas de Estados Unidos; a La Torres Gemelas no las destruyó un atentado terrorista, sino que fue una conspiración de Washington para justificar su ataque a Irak; y el terremoto que devastó a Haití no lo causó el natural movimiento telúrico que desde siempre estremece al planeta, sino que fue un experimento de los militares estadounidenses que ensayan la destrucción de Irán.


Pero lo que ha llamado mi atención sobre ello es que el 18 de enero Kaoesenlared publicó un artículo en el que se afirma que un reporte preparado por la Flota Rusa del Norte estaría indicando que el sismo que ha devastado a Haití fue el “claro resultado” de una prueba de la Marina Estadounidense por medio de una de sus “armas de terremotos”. Pero cuatro días antes, el 14 de enero, en el Blog de Sorcha Faal, una supuesta monja que se resguarda en un secreto y posiblemente inexistente monasterio, se había afirmado que Un sombrío reporte preparado por la Flota Rusa del Norte para el Primer Ministro Putin está indicando hoy que el espantoso terremoto que ha devastado la Isla de Haití fue el “claro resultado” de una prueba de la Marina Estadounidense de una de sus “armas de terremotos” que se planeaba usar contra la nación Persa de Irán pero “fracasó espantosamente”. Y el 19 de enero tanto Radio Reloj website, de Cuba, como Radio Nacional de Venezuela, rebotaron la información como cierta. El 20 de enero el blog Cuban colada, alojado en The Miami Herald reportaba que los periódicos rusos Gazeta, Komsomlskaya Pravda y Sevodnya negaban la existencia de tal reporte de la Flota del Norte al primer ministro ruso. Por lo que me pregunté: ¿estarán los políticos de nuestro pobre Sur aprovechándose de las teorías conspiranóicas para sustentar sus propias conspiraciones o el exceso de ondas de baja frecuencia de sus teléfonos móviles, de tanto llamar a Fidel Castro para que los asesore, les ha freído el hipotálamo?
Y no pude más que reírme. ¿Sabrá Evo Morales lo que significa HAARP y en qué parte del mapa de Alaska está situada Gakona? ¿Tendrá Daniel Ortega la más jinetera idea de lo que son los procesos ionosféricos? ¿Conocerá Chávez que además del High Frequency Active Auroral Research Program existe uno similar en Rusia y otro en Noruega?
Vamos, muchachos, no sigan con eso de las hojas de las montañas de Bolivia que eso sí hace delirar y acaba con las pocas neuronas con que nacieron y en cualquier momento los haría declarar que unos hombres vestidos de negro y con gafas muy oscuras quisieron secuestrarlos para que no pudieran asistir a la próxima cumbre de la ALBA

sábado, 23 de enero de 2010

SABADOS DEL AYER







Esta sección debo agradecerla a mi amigo, el poeta Manuel Sosa, que tuvo la gentileza de, mientras yo estaba en una cárcel de Cuba, él iba leyendo mis textos y los guardaba. A mi llegada a Estados Unidos, el poeta, desde Atlanta, me hizo llegar un CD-R con el archivo completo.


La chapucerita roja

Por Pablo Cedeño

Grupo de Trabajo Decoro

LA HABANA, agosto 2 de l997. http://www.cubanet.org/ Laura era bella y dulce. Fue quizás la muchacha más deseada. Hace treinta años todos estábamos enamorados de ella. La escuela era el reino de Laura. No había hembra que no la envidiara ni varón que no estuviera dispuesto hasta a pelear por ella. Un día levan-tamos la mano para votar a su favor, y ése fue precisamente el instante de su desventura.
Fue por unanimidad, un triunfo aplastante. La elegimos presidenta de la Federación de Estudiantes. Permaneció bella, pero quizás el aura de autoridad de su nueva investidura le restó un poco de dulzura. Saboreó el gusto de ordenar, y se puso de parte de los superiores. Tal vez eso nos la alejó.
Pasó el tiempo, y Laura se acostumbró a que la obedecieran. Quiso ampliar sus dominios. La escuela se le antojó escaso reino. Se erigió presidenta de los CDR (Comités de Defensa de la Revolución) y obtuvo un cargo en la Federación de Mujeres Cubanas. Su militancia era total. Paladeó el ambiente de las asambleas, sorbió con gusto el sistema de las relaciones camaraderiles, y tomó muy en serio todas sus responsabilidades.
El tiempo para estudiar comenzó a faltar, pero con la solidaria ayuda de la cermayera de los  profesores logró graduarse y ser ubicada en un centro laboral acorde con su actitud revolucionaria. Ya en la fábrica, resultó trabajadora ejemplar. Vinieron las verificaciones del Partido, y "la ingeniera Laura es una compañera de trayectoria intachable". El título colgado en casa, los conocimientos guardados en una gaveta de buró, pero el carácter, Santo Lenin, el carácter imponiéndose en cada reunión del Consejo de Dirección.
Laura resultó ser una dirigenta de cepa. Aprendió a fumar, a decir malas palabras, a golpear con fingida furia sobre las mesas de las reuniones cuando algo no marchaba según lo establecido en los planes. Aprendió a redactar informes mensuales, trimestrales, anuales, con las frases adecuadas, las cifras indispensables, las justificaciones necesarias. Aprendió a recibir controles y ayudas con todas las apariencias muy bien guardadas y una gran comilona final para despedir a los compañeros de la Dirección Nacional.
Aprendió a vivir corriendo, sin prepararle el desayuno a sus dos hijos, sin tiempo para atender al marido, sin horario fijo para volver a casa.
Laura se casó tres veces. Sin embargo, está sola. Muy sola.
La niña fue a estudiar en Alemania y por allá se quedó. El niño le salió un tarambana y se le fue cuando lo de los balseros.
"Después que me divorcié de Miguel --¿te acuerdas de Miguel?-- nada fue igual. ¿Que qué hago ahora? A veces me emborracho, fumo mucho, a veces lloro, pienso en el suicidio, deambulo, trato de olvidar. Me siento como tragada por el lobo".

viernes, 22 de enero de 2010

LA POLILLA IMPERTINENTE


Tres fuentes sospechosas.

Por Don Alternán Carretero


Quizás nunca se sepa el número exacto. Tal vez la sombra se trague para siempre la verdad. Los huecos de la memoria se crean. Los gobiernos conocen cómo hacerlo. Quién sabe si la razón de la muerte no fue el frío y el deterioro de los servicios médicos y de la instalación. Es demasiado sensible para la política nacional el hecho de las muertes por hipotermia de varias decenas de pacientes en el hospital psiquiátrico de la Habana como para que el gobierno no lo conviertiera también en “un secreto de estado” o en los orates que nunca murieron.

Las fuentes sobre el caso resultan muy veleidosas. Todas de una forma u otras arrastran la rémora de una historia reciente que si no las invalida, por lo menos, las torna sospechosas.

Elizardo Sánchez Santacruz, quien fuera una figura emblemática de la disidencia cubana y fue reconocido como el agente “Juana” de la policía política por las autoridades cubanas, luego de los sucesos de la primavera de 2003 que llevó a la cárcel a 75 opositores y periodistas independientes, aseguró que los muertos eran entre 20 y 24.
El Ministerio de Salud Pública, entidad que está permanentemente bajo el escrutinio de la Dirección General de Inteligencia, se rige por los estatutos del Partido Comunista de Cuba y responde directamente a las esferas más altas del gobierno, entregó a los medios locales una nota en la que afirmó que se trataba de 26, reconociendo inmediatamente la información brindada por Sánchez Santacruz, en un hecho poco usual.

Manuel David Orrio, quien también fuera reconocido por el Ministerio del Interior cubano como el agente “Miguel” infiltrado en las filas del periodismo independiente y quien fuera el principal testigo en los juicios sumarísimos llevado a cabo contra esos comunicadores en abril de 2003, ni corto ni perezoso, señala en un texto aparecido en Kaosenlared que un psiquiatra dijo en una reunión de colegas que eran 33, mientras otro puntualizaba que eran 34.
Tantas cifras dispares harían dudar al más crédulo. Sobre todo cuando provienen de fuentes que acostumbran a la duplicidad de servicios. Y es entonces que comienzan a surgir preguntas más inquietantes y hasta algo sórdidas, ¿por qué no?
¿Cuál será la cifra exacta? ¿Qué objetivo persiguen? ¿Qué desean ocultar tras este cacareo que puede devenir cortina de humo de un escándalo mayor? ¿Morirían realmente de hipotermia? ¿Se realizarán autopsias que así lo demuestren? ¿Serían realmente enfermos mentales los que murieron? ¿No serían conejillos de india del Instituto de Biotecnología? ¿Quizás amotinados en una cárcel luego implantados en Mazorra? ¿Tal vez funcionarios reformistas peligrosos de los que había que deshacerse con discreción? ¿Accedieron y accederán Orrio o Sánchez Santacruz a la verdad con su inteligencia propia o estarán accediendo a parte de la verdad por medio de la manipulación de la Inteligencia Cubana? ¿Se conocerán alguna vez los nombres y apellidos de los muertos? Yo lo dudo, y creo tener razones. Conozco al pájaro por el trino. Lo he oido cantar muchas veces durante cincuenta años. Una prensa militante muy entrenada en la defensa de las verdades oficiales, falta de credibilidad y absolutamente privada de trasparencia produce esos raros fenómenos de la comunicación.

jueves, 21 de enero de 2010

DEJAME QUE TE CUENTE











Delicioso edén

(Novela inédita)

Capitulo siete.




─¿Qué es eso de los Derechos Humanos?
─Algo en lo que creo.
─¿Podrías explicarme?
─Bueno, en primer lugar, yo no pertenezco a ningún grupo de Derechos Humanos. Soy Periodista Independiente.
─¿No es lo mismo?
─No.
─Yo creía.
─Eso le pasa a todo el mundo.
─Mi mundo es otro, Camila, discúlpame. Aquí nunca se habla de eso. No hay información.
─Por eso decidí ser periodista.
─Pero eso es muy peligroso, y no da dinero.
─No todo es el dinero, Cristina, además, la vida es peligrosa.
─Dímelo a mí.
─¿Entonces?
─Nada.
Guardan silencio. Llevaban una semana sin verse. Parecen no tener más que decirse. Pero ambas están pensando en la infancia. Úrsula las llama desde el portón del solar. La calle Jesús María, en el barrio San Isidro, es un hervidero. Una turba enardecida, desenfrenada, vociferante va rumbo a la Calle Inquisidor. Se detiene frente a una casa de alto puntal y medios puntos de colores. Una andanada de huevos que previamente habían sido inyectados con sustancias de colores, choca contra la fachada y las puertas de la residencia. Llueven piedras, vegetales, bolsas de basura contra las paredes. La policía desde la esquina observa impasible el espectáculo. El vocerío sobrepasa las consignas, los vituperios, llega a las obscenidades. Un ambiente caldeado gravita sobre el gentío. Hay como una furia primitiva desatada. Van a la caja de interruptores de la electricidad y desconectan la corriente. Van al registro de agua y cierran el grifo de paso. Los rostros se descomponen en muecas de odio. Un frenesí incontenible inunda la muchedumbre. Quieren que los habitantes de la casa, escoria inmunda, mueran de sed, de oscuridad, de susto.
─Cristina, Camila. Grita Úrsula.
Las niñas juegan. Saltan de alborozo. Imitan a los adultos en su frenesí.


─La Embajada de Perú
se parece a Cayo Cruz.



─Que se vayan, que se vayan.



─Cristina, Camila, carajo. Grita Úrsula y sale con una chancleta plástica en la mano.
Las niñas se dan cuenta de la amenaza que se cierne sobre ellas y corren en dirección a su madre que enarbola la chancleta. Una por la derecha y otra por la izquierda evaden a Ursula, atraviesan el muro de curiosos que se agolpa en el portón y se internan en el solar. El escándalo les llega asordinado, ininteligible. La madre regresa. Cierra la puerta del cuarto. El vocerío de la muchedumbre que sitia la casa de alto puntal y medios puntos de colores, se escucha ahora como un lejano rumor. Para Cristina y Camila ha terminado la función.
─Papá nunca fue una escoria. Dice Camila como regresando del embeleso.
─Pero era lo que había que decir.
─Yo nunca lo dije.
─Nunca has sabido vivir.
─Querrás decir, fingir.
─La única manera de vivir en este país es fingiendo.
─Yo vivo.
─¿Le llamas vida a ese susto de estar siempre al borde de caer presa?
─¿No vives tú asustada?
─Mientras tenga dólares no caigo presa. Aquí la policía vale poco. Negocio con ellos. Necesitan vivir también.
Volvieron al mutismo. Una distancia inexplicable las separó. Siempre les ocurría lo mismo. Pasaban tiempo sin verse. Se añoraban en la lejanía. Pero al encontrarse, apenas si podían comunicarse. No sabían cómo tanto amor se sostenía sin un diálogo fluido. Camila pensaba que Cristina era excesivamente pragmática. Cristina opinaba que Camila era demasiado utópica. Sin embargo, verlas era gozar una visión duplicada. El mismo pelo rizado y rebelde. Las mismas caderas desafiantes. La misma brevísima cintura. La misma voz dulce, modulada, provocativa brotando de unos labios de humedad seductora. La misma emanación de sensualidad hipnotizante. No eran gemelas. Cristina un año mayor, y quizás, las nalgas mas frondosas. Cristina antropóloga; Camila “conflictiva” no alcanzó la universidad.
─Es extraño, no tengo la imagen de papá en esa época. Dijo, al fin, Camila.
─Yo tampoco. Respondió Cristina.
─Éramos muy pequeñas.
─No volvimos a saber de él. Cuando llegaron fotos ya era un gordo desconocido.
─Dice mamá que fueron días angustiosos.
─No recuerdo.
Silencio otra vez. La mente hurgando el pasado. El pensamiento discurriendo por vericuetos en tinieblas. Dos niñas sin salir del estrecho cuarto de una ciudadela en la calle Jesús María. Días de aburrimiento y de clausura. Cuchicheo de las vecinas que venían a hablar con Úrsula. Úrsula alerta a los comentarios del solar, de la cuadra, del barrio desde que le trajeron la noticia de que su ex marido, el padre de Cristina y Camila, también esperaba por los barcos que estaban llegando a Puerto Mariel. Úrsula temiendo que, sin comerla ni beberla, les otorgaran el título de “escoria” y les brindaran un estruendoso mitin de repudio a ellas también. No se atrevía siquiera a recordar que había amado a aquel hombre. Les prohibió a las niñas que hablaran de él, que dijeran que era su padre. Escondió las fotos de la boda. No permitió que las niñas fueran a casa de la abuela paterna. El miedo se instaló entre ellas como un habitante más. El miedo, con mucho miedo, velaba que no hubiera nadie en el patio interior del solar para darse una escapada al baño colectivo, orinarse de miedo, y volver al cuarto para avisarles a las niñas que ya podían ir a bañarse, que no había nadie afuera, que todos habían ido a una “marcha del pueblo combatiente”, que aprovecharan también para hacer pipi y caquita, que la cosa no estaba para estar afuera.
─¿Quién es ese Samuel con que andas siempre, te lo estás “echando”?
─No, Cristy. Me lo “echaría”, como tú dices, de muy buena gana, pero él me mira como un padre. Es un tipo fabuloso. Inteligentísimo. Un sentido del humor muy agudo, una cultura como una montaña y escribe como un ángel. Uno de esos “tembas” que te hubiera gustado conocer cuando no tenía compromisos. Pero no. Lo veo como el maestro que no tuve nunca.
─¿El fue quien te metió en esa jodienda de periodista independiente?
─Me metí yo misma, pero sí, él es el jefe.
─¿Cómo lo conociste?
─Ven acá, mijita, ¿tu eres del G-2?
Y ríen por primera vez y Camila se va a los recuerdos. Había ido a visitar a su abuela en la calle Tacón. Venía bordeando el Palacio del Segundo Cabo y al cruzar sobre los adoquines para resguardarse del sol en los soportales del Palacio de los Capitanes Generales, escuchó una voz desconocida que dijo a sus espaldas:
─Con esa cola le ganas a la bodega cuando llega el pan, mijita.
Y la risa de los libreros que ocupaban ambas aceras de la calle se explayó por la Plaza de Armas y Camila sintió que todos los ojos se le pegaban justo allí donde su jeans marcaba una curvatura suculenta y vibrátil. Pensó que se trataba de Rubén, el arquitecto, el amigo ex novio de Cristina que se había metido a librero y se pasaba la vida piropeándole el culo, cuando ella venía a su venduta para proponerle ediciones de Vargas Llosa y Milán Kundera que no circulaban en el país. Buscó con la mirada. Precisamente la voz había salido del sitio donde estaba Rubén, pero era de un desconocido que conversaba con el arquitecto. Para salir del embarazo, Camila, fue hasta donde ellos y con una seriedad fingida:
─¿Quién es este graciosito, Rubén?
─Un amigo periodista.
─El susto es mío: Samuel. Y le extendió la mano a Camila.