Translate

sábado, 9 de enero de 2010

SABADOS DEL AYER








Esta sección debo agradecerla a mi amigo, el poeta Manuel Sosa, que tuvo la gentileza de, mientras yo estaba en una cárcel de Cuba, él iba leyendo mis textos y los guardaba. A mi llegada a Estados Unidos, el poeta, desde Atlanta, me hizo llegar un CD-R con el archivo completo.





Un solo Rey

Manuel Vázquez Portal

Grupo de Trabajo Decoro





LA HABANA, enero, 16 de 2000 - Gastábamos el año 1960. Éramos niños, y recuerdo que felices. Papá se preocupaba sólo por trabajar. Mamá, sonriente, nos veía crecer. Yo podía llamarme Erik el Rojo y blandir un hacha vikinga. Mi hermano era mayor, quería fumar y parecerse a Humphrey Bogart. La oportunidad de ser un héroe se la brindaron, ese mismo año, los Reyes Magos. Llegaron a casa unos muchachos que decían llamarse Jóvenes Rebeldes y lo invitaron a irse con ellos para recolectar juguetes y repartirlos entre los niños pobres. A mí no me dejaron ir. Explicaron que yo era muy chiquito.
Se fueron en una camioneta roja. Iban cantando. Yo los vi alejarse intrigado por las aventuras que correrían. Anduvieron los almacenes, las tiendas, las quincallas, los kiosquitos y en todas partes les donaron patines, soldaditos de plomo, revólveres de fulminante, carriolas, paquetes de canicas, muñecas, trompos, velocípedos. La camioneta rebozaba sueños. Entonces la gente tenía con qué ser bondadosa.


Mi hermano, con sus nuevos amigos, recorrió los caminos, polvorientos, olvidados, de Loma Ciega, La Serrana, El Embarcadero, La Caoba, y Llega y Pon. Los niños, alborozados, descalzos y legañosos, revoloteaban alrededor de la camioneta que ponía en sus manos una de esas maravillas que sólo habían visto de lejos. Ese año los Reyes Magos se acordaron de los pobres.
Desde entonces mi hermano no quiso, o no pudo, regresar a la niñez. Le eché de menos en el patio donde éramos Tarzán, Los Villalobos, Baby Ruth. De repente lo vi con una escopeta verdadera. Vi a mi madre llorosa leyendo cartas que venían de Playa Girón o El Escambray. Vi a mi padre hablar con cierto orgullo de su hijo el miliciano. Me vi a mí mismo cantando unas canciones que mataban el hechizo del patio de mi casa. Después vi desaparecer los almacenes, las tiendas, las quincallas, los kiosquitos. No hubo más juguetes en las vidrieras. Se acabaron las Navidades, los arbolitos, los Reyes Magos. Un mundo de pañoletas y consignas se abrió para los niños. La fantasía languideció amarillenta y olvidada.

Mi hermano se puso gordo tras un buró explicando que el materialismo dialéctico no admitía esas estupideces de andar engañando a los muchachos con cuentos de hadas, reyes venidos del Oriente y nacimientos de Jesús. Los tres juguetes al año que vendían por la Libreta eran la verdad.
Han pasado cuarenta años. Mi hermano tiene una nieta. El día seis de enero mi hermano andaba con los ojos tristes. Una pequeña muñeca cuesta los dólares que él no tiene. Ya él no es joven ni es rebelde. No hay camioneta roja que recorra los caminos de Loma Ciega, La Serrana. Las tiendas son del Estado y nadie puede donar lo que no es suyo. Un poeta repentista, derretido en lisonjas, canta delante de Fidel Castro: Un solo Rey regaló / más que los Reyes de enero y a mi hermano, que le encanta la canturía, se le aguan los ojos, le pasa la mano por la cabeza a su nieta y piensa para sí: "Un solo Rey, cará, un solo Rey en cuarenta años".

1 comentario:

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.