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sábado, 23 de enero de 2010

SABADOS DEL AYER







Esta sección debo agradecerla a mi amigo, el poeta Manuel Sosa, que tuvo la gentileza de, mientras yo estaba en una cárcel de Cuba, él iba leyendo mis textos y los guardaba. A mi llegada a Estados Unidos, el poeta, desde Atlanta, me hizo llegar un CD-R con el archivo completo.


La chapucerita roja

Por Pablo Cedeño

Grupo de Trabajo Decoro

LA HABANA, agosto 2 de l997. http://www.cubanet.org/ Laura era bella y dulce. Fue quizás la muchacha más deseada. Hace treinta años todos estábamos enamorados de ella. La escuela era el reino de Laura. No había hembra que no la envidiara ni varón que no estuviera dispuesto hasta a pelear por ella. Un día levan-tamos la mano para votar a su favor, y ése fue precisamente el instante de su desventura.
Fue por unanimidad, un triunfo aplastante. La elegimos presidenta de la Federación de Estudiantes. Permaneció bella, pero quizás el aura de autoridad de su nueva investidura le restó un poco de dulzura. Saboreó el gusto de ordenar, y se puso de parte de los superiores. Tal vez eso nos la alejó.
Pasó el tiempo, y Laura se acostumbró a que la obedecieran. Quiso ampliar sus dominios. La escuela se le antojó escaso reino. Se erigió presidenta de los CDR (Comités de Defensa de la Revolución) y obtuvo un cargo en la Federación de Mujeres Cubanas. Su militancia era total. Paladeó el ambiente de las asambleas, sorbió con gusto el sistema de las relaciones camaraderiles, y tomó muy en serio todas sus responsabilidades.
El tiempo para estudiar comenzó a faltar, pero con la solidaria ayuda de la cermayera de los  profesores logró graduarse y ser ubicada en un centro laboral acorde con su actitud revolucionaria. Ya en la fábrica, resultó trabajadora ejemplar. Vinieron las verificaciones del Partido, y "la ingeniera Laura es una compañera de trayectoria intachable". El título colgado en casa, los conocimientos guardados en una gaveta de buró, pero el carácter, Santo Lenin, el carácter imponiéndose en cada reunión del Consejo de Dirección.
Laura resultó ser una dirigenta de cepa. Aprendió a fumar, a decir malas palabras, a golpear con fingida furia sobre las mesas de las reuniones cuando algo no marchaba según lo establecido en los planes. Aprendió a redactar informes mensuales, trimestrales, anuales, con las frases adecuadas, las cifras indispensables, las justificaciones necesarias. Aprendió a recibir controles y ayudas con todas las apariencias muy bien guardadas y una gran comilona final para despedir a los compañeros de la Dirección Nacional.
Aprendió a vivir corriendo, sin prepararle el desayuno a sus dos hijos, sin tiempo para atender al marido, sin horario fijo para volver a casa.
Laura se casó tres veces. Sin embargo, está sola. Muy sola.
La niña fue a estudiar en Alemania y por allá se quedó. El niño le salió un tarambana y se le fue cuando lo de los balseros.
"Después que me divorcié de Miguel --¿te acuerdas de Miguel?-- nada fue igual. ¿Que qué hago ahora? A veces me emborracho, fumo mucho, a veces lloro, pienso en el suicidio, deambulo, trato de olvidar. Me siento como tragada por el lobo".

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