Ya camina, cuando lo hace, casi en cuatro pies. O en cuatro patas, como dicen en Cuba, y sería más exacto. Todo lo hizo siempre con las patas.
Y a pesar de que se pasó la vida “metiendo la mano”, más “metió la pata”. Pero no deja de ser un tipo echa’o p’alante.
Quizás su audacia irracional fue lo que más lo distinguió. Asaltó un cuartel con armas de caza. Emprendió una expedición por el Golfo de México sobre un verdadero cascarón de huevo. Puso al mundo al borde de la guerra nuclear y ofendió a cuanto presidente se tropezó a lo largo de su larga dictadura.
No cabe dudas de que era un echa’o p’alante. Pero nunca más echa’o p’alante que ahora.
Cuando ya nadie lo esperaba. Cuando ya el mundo se creía libre de su horrenda presencia, el tipo debe haberle “metido mano” a los últimos alientos de Hugo Chávez, y se apareció, más corcovado que Quasimodo, a un “colegio erectoral” de El Vedado, y como un pitecantropus nada erectus ejerció su derecho a no enderezarse nunca más. Y lo más echa’o p’alante que hizo fue musitarle a la prensa que le tenía “tronco e’envidia” a los jóvenes.
Qué viejito más echa’o p’alante. Ya la cerviz le está llegando a la cintura y apoya la mandíbula en un bastón, y sigue siendo un echa’o p’alante.
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