He tenido noticias de que al poeta cubano Heberto Padilla lo presentarán a un público del que nunca debieron alejarlo. Sucederá en la feria del libro de La Habana, según cuentan. Habrá una antología de su poesía. Aunque no se venderá. No sé si incluirá los poemas de Fuera del juego. Ese libro yo tuve que leerlo clandestinamente, quienes lo poseían lo prestaban bajo juramento de confidencialidad. Heberto era un apestado por entonces. Hasta su libro El justo tiempo humano, el que siempre me ha gustado más, se convirtió en una rareza que también pasaba de mano en mano con la severa recomendación de no revelar quién era el propietario. Y como hoy ha empezado la feria del libro de La Habana, he querido recordar dos poemas que abordan la misma circunstancia desde diferentes ópticas aunque parezcan unos primoshermanos mal llevados y con propósitos diferentes. Aquí se los dejo.
Fuera del juego (1968)
A Yannis Ritzos, en una cárcel de Grecia.
¡Al poeta, despídanlo!
Ese no tiene aquí nada que hacer.
No entra en el juego.
No se entusiasma.
No pone en claro su mensaje.
No repara siquiera en los milagros.
Se pasa el día entero cavilando.
Encuentra siempre algo que objetar.
¡A ese tipo, despídanlo!
Echen a un lado al aguafiestas,
a ese malhumorado
del verano,
con gafas negras
bajo el sol que nace.
Siempre
le sedujeron las andanzas
y las bellas catástrofes
del tiempo sin Historia.
Es
incluso
anticuado.
Sólo le gusta el viejo Amstrong.
Tararea, a lo sumo,
una canción de Pete Seeger.
Canta,
entre dientes,
La Guantanamera.
Pero no hay
quien lo haga abrir la boca,
pero no hay
quien lo haga sonreír
cada vez que comienza el espectáculo
y brincan
los payasos por la escena;
cuando las cacatúas
confunden el amor con el terror
y está crujiendo el escenario
y truenan los metales
y los cueros
y todo el mundo salta,
se inclina,
retrocede,
sonríe,
abre la boca
“pues sí,
claro que sí,
por supuesto que sí...”
y bailan todos bien,
bailan bonito,
como les piden que sea el baile.
¡A ese tipo, despídanlo!
Ese no tiene aquí nada que hacer.
Heberto Padilla.
Llamad al poeta (1983)
El poeta sale alguna vez,
viaja a un planeta, visita rápido una estrella,
pernocta en un pueblo de provincia,
va a ver el mar, la guerra,
llega al fondo de las rosas y los ríos,
busca palabras en los bosques y los cementerios,
sale a hablar con los niños y los viejos,
pero nunca se va,
a lo más sueña;
a lo más se entretiene con un atardecer;
a lo más se entretiene con un arco iris,
pero nunca se va.
Llamad al poeta.
Así es que amigos, compañeros: Llamadlo en el momento del amor,
pedidle un verso que ayude a comprender,
pedidle una canción sencilla
para enamorar a una muchacha;
llamadlo también en la tristeza,
en el instante de romper
papeles, fotos, relaciones;
reclamadle unos versos de paz y sosiego,
exigidle un canto de optimismo,
una palabra dulce para la sal del día.
Llamad al poeta si alguien se marcha,
porque él halló canciones en sus viajes
que sirven para aliviar distancias y fronteras.
Y llamadlo si vuelve,
porque el poeta encontró viejos vocablos
nuevos para las bienvenidas,
antiguas melodías para los reencuentros,
rimas especiales para la alegría.
Nunca se va.
Ante un imposible,
llamad urgente al poeta;
él descubrió suaves, nobles imágenes
contra los imposibles.
El poeta sabe fórmulas que apaciguan al tiempo,
tiene bálsamos, versos frescos
para curar de desesperación a sus hermanos.
Para la muerte también podéis llamarlo;
no la evita,
pero tiene elegías para las heridas,
décimas tristes para describirla,
grises palabras fúnebres
que bien repartidas con flores y con lágrimas
pueden ayudar.
Y, amigos, compañeros,
llamad al poeta a la hora del combate,
reclamadle sus canciones en el momento duro.
Él cinceló en las sombras violentas palabras
para el enemigo,
preparó emboscadas, trampas para el pasado,
tiene afilados adjetivos para los traidores.
Nunca se va.
Cuando haga falta, llamadlo;
sencillamente, vuélvete y di en voz baja
hacia la multitud:
compañeros, ¿hay algún poeta entre nosotros?
Pregunta. Él estará allí,
preparando palabras, trabajando canciones.
Allí estará.
Llamad compañeros, llamad al poeta.
Él tiene mucho que hacer aquí.
Raúl Rivero
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