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sábado, 27 de marzo de 2010

Tierno Amadís











Andar de caballero sobre el trote de un rocín
de madera, ensoñación pueril de un castillo
embrujado, dos guayabas por premio en el festín
del árbol, tirapiedras colgando del bolsillo.


Así de simple era. Ni gloria vana ni botín
deslumbrante. La melena sin peine. El brillo
del sudor sobre la frente. El matojo, bacín;
el río como higiene. La ropa en un hatillo


y el viento por toalla. ¿Castigos? Coscorrones.
¿Consejos? Los severos responsos de la abuela.
Un eterno retozo, honda fobia a la escuela


y soñar que del cielo su altura era la mía.
Se marchó el Amadís y un recuerdo en jirones
me llega de una ausencia que añoro todavía.

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