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sábado, 19 de enero de 2013

Lomaciega




                     Para Roberto Manzano Díaz,
                     Alex Pausides,
                    Efraín Morciego Reyes,
                    Raúl e Ibrahín Doblado del Rosario,
                   Emilio Surí Quesada,
                   por las raíces, las tojosas; por Albis Torres.

             

Lazarillo de ti
te exhibo por el mundo.

Nación de sartanejos,
cabalgata febril de los abuelos
-fuego al volver las grupas-;
retrato de mi infancia,
sementera feliz de mis esencias,
cierto sabor de dicha en la memoria,
olores de abandono y de partida,
salmodia de la lluvia en los breñales,
vuelvo a ti cada vez que una pena
socava la estructura que eleva mis anhelos.

                      II

Jardín sin hipogrifos, pérgolas ni columpio,
cortina de bejucos que dan paso
al inmenso salón de los potreros:
mugidos y relinchos,
avispas condotieras lanceándome la oreja,
donde una fruta dulce bailaba en el rocío;
si el crepúsculo era, era un lago cetrino
y sus olas de yerba me inventaban el mar.

En el arroyo manso
esquifes diminutos caídos de los árboles
llevaban a la orilla
la triste hormiga náufraga,
y si busco en su espejo
no encuentro las congojas:
no habían, todavía, nacido las nostalgias,
ni se habían inaugurado los abismos.

                      III

Lagartos: mis dragones,
sólo llamas sus solemnes pañuelos,
sólo bravos rugidos su gentil quisquiqueo;
cocuyos: mis linternas,
guirnalda en los umbríos fantasmas del matojo;
mis duendes: unos güijes que nunca pude ver,
y la ceiba ceñuda,
mansión de los orishas,
esparciendo semillas en motas de peluche.

                        IV

Lomaciega,
mi madre cantando
-tonada quejumbrosa sin guitarra-
mientras vencía
la mugre
de rústicas camisas:

                Vengo desde aquel breñal
                donde anida la gallina.
                Traigo olor de mandarina
                y dulzores del panal.
                Rumorea el platanal
                en mi pecho. La sabana
                es mi patria. La campana
                morada de los bejucos
                me fue enseñando los trucos
                de engalanar mi ventana.

Pureza inmemorial de los sonidos.
solo un grillo a la sombra graneando su sonata,
melodía ululante del viento en los aleros,
redoblante de alas entrando al palomar,
un niño caminando
mientras bate una espiga
y en su mente
es la espada que le ayuda en sus miedos.

Alta tarde de azules deslumbrantes,
corceles de vapor trotando por su techo,
papalote perdido que se mudó a una guásima,
Novia –sin que ella lo supiera-
de suaves trenzas rubias
que me obligaba a escapar de sus pellizcos,
pompas iridiscentes,
-cascada de cristal-
filigrana de sol que cae de la batea:
-¡muchacho, que eres lelo, deja las musarañas¡-
Y me mira muy cálido,
hondo hasta la caricia;
jugamos a que soy un viejo marinero
varado entre la espuma
de su terca labor:
trimbra otra vez
su voz entre las ramas:

                 Soy mango que en la vereda
                 enamora al caminante.
                 Pero en un gajo distante
                 mi corazón está en veda.
                 Me gusta escuchar la queda
                 canción que entre el espartillo
                 trina un pájaro sencillo
                 esperando la llegada
                 del hombre que en la alborada
                 me dio un beso junto al trillo.

Mi padre es un sombrero que cae sobre el taburete,
el humo del tabaco desdibujando el rostro,
la fuerza montaraz que me levanta
a la altura de un beso;
yo, pequeño Sancho Panza deslumbrado,
domando un suave trote en sus rodillas,
y su pecho,
la cuna donde mejor reposo.

Escucho entre murmullos que soy un hombrecito
y me acurruco fuerte,
implorando a sus brazos no me dejen crecer

                        V

Pero he crecido tanto,
Lomaciega,
mi reino, mi serrallo,
que no sé si es crecer
o irme pudriendo;
vuelves entre las brumas de un hosco laberinto,
han erigido sus tapias las tinieblas,
sus mapas cicatrices
sus grises melancólicos el tiempo.
Me pierdo
y me rebusco.
Tropiezo,
doy de bruces,
resbalo hasta el averno,
y cuando estoy muriendo
te reencuentro
y me aferro a tus tallos principales,
tus íntimos rizomas,
y salta una rabiche
y me saluda,

          ´´ Buenos días, tojosa;
             buenos días, bejuco de boniato ´´,

y pone una guayaba
su aromas en mis dolencias
y viene aquella novia
que con sus trenzas rubias
-benignas sierpes al bordar el amor-
teje una cuerda fiel
y me la lanza
y entonces soy Perseo venciendo al minotauro.

                        VI

Lomaciega,
relincho desbocado,
coces sobre mi pecho, resonando.

República al galope sin permiso,
sartanejos mambises
donde aprendí la ley del desafío.

Te domé y me domaste
de tí aprendí el abrazo y la estocada.

Soy rústico y frutal como el naranjo
que me dio de beber en la canícula,
el críptico caguayo que camuflan los troncos
hendidos por las hachas brutales del recuerdo,
transparente vitral de la llovizna.

Tengo de manantiales
y de ortiga
y todavía me asombro
si el sol tiñe en rosados los nimbos de la tarde.

                        VII


Luego me presentaron el tedio y las lociones,
servilleta al regazo,
tenedores al uso,
aunque en mi cuello el nudo
de verduga corbata
siempre fuera torcido.

Perdí la emanación de los azahares,
el acre olor del potro,
el torpe camisón de los tamales,
gocé plácidamente de la holganza,
limón de contrabando me dieron a beber.

Descubrí los aviones,
pegasos para mí,
que siempre cabalgué
sin arnés mi tordillo.

Palpé personalmente los glaciares carámbanos
de una nieve feroz que me prestaron
para que conociera la espiral de la historia,
los sucesos heroicos del Palacio de Invierno,
cuando yo deseaba
realmente
caminar con Liudmila por Yasnaia Poliana.

¡Ah, señoras hastiadas –cascajos de la incuria-
salones estucados, mofletudos jerarcas
que aún en sus ricos paños enseñaban los glúteos.
Qué ganas de gritar:

               -¡El rey está desnudo¡
               Así de niño y de guajiro era.

Encajé malamente en el friso de bronce
que se estaba esculpiendo.
Adquirí el sentimiento,
morboso,
de haber nacido tarde,
cuando los padres ínclitos, los muchachos de mármol,
ya habían fabricado
a su modo las Eras.
Volátil
se escapó mi condición
de honrado traficante
de lunas sin nevadas.
Fui cantor de encomiendas,
consignas por encargo;
redactor de filípicas doradas
que escondieron la jiba del conde corcovado.

Impávido quedé frente al espejo
que mostró sin piedad mi nueva geografía.
Era un extraño tipo sin los aires montuosos,
papagayo en el aro.

Clamé por Paracelso
lo invoqué con vapores de azufre,
con la retorta lista,
con alquimias oscuras
y rogué para mí cierta palingenesia,
que restaurara al niño devorado,
al poeta feliz de las tojosas,
y me juré volver.

              VIII
A ti llego, Lomaciega.
He vuelto como el mendigo
para pedirte mi abrigo
de fértil niñez labriega.
He vuelto como el que llega
a la casa paternal
donde me espera el fanal
de mis noches campesinas
para curar las mezquinas
ansias del mundo banal.

Vengo solo, vengo herido,
cabe el mundo en tus naranjas.
Tu flamboyán y tus zanjas,
tu tojosa en tibio nido
son joyas que he prometido
recuperar si volvía.
Aquí estoy, y todavía
me siento como desnudo
porque pudo el tiempo, pudo
dejarme el alma vacía

Si me conozco y te canto,
si soporto el golpe rudo
es porque somos un nudo
hilvanado con tu encanto.
Si en mis caídas levanto
la cerviz con gallardía
es porque corre, bravía,
tu savia por mis contornos
y si ando escaso de adornos,
es así como debía.

Soy tu arroyo, soy tu abeja
libando el caracolillo.
Soy chuchazo en el fondillo
sin proferir una queja.
Soy mi casa, roja teja,
hecha de tu propio barro,
leche de vaca en un jarro,
cerdo asado con carbones,
bota de recios cordones
para tu niño bizarro.

                   IX

Te yergues, Lomaciega,
eres mástil potente contra los huracanes,
la jarcia resistente que me anuda a la vida,
el arca que soñé
para salvar mis hijos,
mi esposa,
mis palomas.

Visceral y telúrica,
magnética y vibrante,
como cascos cerriles
del potro en que te heredo,
me habitas y recorres.
Soy tu rama
y tu flor,
tu espina
y tus guijarros,
te defiendo a morir
y resucito en ti.
Vienes hecha en mi sangre,
mis pulmones,
somos como siameses
destinados a andar esta danza abrazados.

Lomaciega,
campana de chamisco
para el asma en mi hermano,
salvia bajo el sombrero
contra la cefalea,
tizana en mi memoria
contra los desamparos.

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