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viernes, 9 de noviembre de 2012

Café Margarita y otros recuerdos

Acabo de leer un despacho de la agencia española EFE en el cual se asegura que el Gobierno de Cuba arrendará desde diciembre locales gastronómicos estatales con plantillas pequeñas a sus trabajadores para el ejercicio del trabajo privado y no pude menos que remontarme a un Moscú que ya no existe pero fue sementera del actual.

La última y única vez que visité ese Moscú fue en el invierno de 1988. Mijail Gorbachov trataba por entonces de remendar el maltrecho socialismo real. En el Callejón de Arbat vi la primera manifestación no oficialista. Las cooperativas iban tomando forma en la ciudad y la gente hablaba con menos miedo sin vodka de por medio.

Unos amigos me invitaron a un café recién abierto con el evocador nombre de Margarita. Era una de las cooperativas operada por jóvenes que se estrenaban en el trabajo por cuenta propia y se había convertido en un lugar de citas y de símbolos.

Allí tomé un té delicioso y comí unos pasteles raros de encontrar en otros establecimientos. Hablamos de Gorbachov, la glasnot, la perestroika y del otro Mijail, en honor de quien se había nombrado el café.

El Maestro y Margarita danzaron por un rato frente a nosotros mientras gozábamos de estar en el mismo escenario por donde ellos habían deambulado de la mano de Bulgakov, y hasta creímos que esas “reformas” no tardarían en llegar a Cuba.

Veinticuatro años después, y precisamente el día en que el Muro de Berlín se viniera abajo aquel 9 de noviembre de 1989 a las 9 de la noche, leo el despacho de EFE y siento como un estremecimiento tardío pero ya no me ilusiona.

Según EFE, fuentes oficiales citadas este viernes en medios locales, dijeron que este sistema de gestión privada en pequeñas cafeterías y restaurantes estatales comenzará a aplicarse en 200 establecimientos que cuenten con uno o dos trabajadores y se extenderá de forma gradual a unos 1,200 en todo el país y las primeras provincias en las que se pondrá en marcha la medida serán Artemisa, Villa Clara y Ciego de Ávila.

Quizás allá por la Laguna de la Leche, en Morón, surja una cafetería con el exótico nombre de Ciego del Ánima en honor a la novela de Reynaldo González Siempre la muerte su paso breve, y quizás los hermeneutas de la policía política cubana se hagan de la vista gorda con el raro simbolismo pero de lo sí que estoy seguro es de que todavía ningún restaurant en La Habana podría llamarse Los tres tigres aunque vaya desde República Dominicana, embullado por el Tolia Quiñones, el mismísimo bachatero Juan Luis Guerra y lo funde.

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