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martes, 11 de diciembre de 2012

Un conjuro por Ángel

Sindo Pacheco me contó una vez que el escritor cubano José Lorenzo Fuente, medio brujo el viejo, le había dicho el día que lo conoció personalmente, que no escribiera cosas tristes porque podían sucederle. Quizás sea por eso que uno se desternilla de la risa cuando escucha al Gume leer sus cuentos o novelas.

Hoy estaba repasando el libro Dichosos los que lloran de Ángel Santiesteban y recordé la anécdota. En 2006 Ángel ganó el premio Casa de la Américas con ese libro. El asunto de la cárcel ya lo había tratado en su libro Los hijos que nadie quiso, que recibiera el premio Alejo Carpentier en 2001, pero entonces Ángel no era un proscripto, a pesar de que, según me contó el propio Sindo, había estado preso por no recuerdo qué motivo.

No estoy seguro de si la advertencia de José Lorenzo tiene efectos o no. Pero Ángel Santiesteban está otra vez a las puertas de la cárcel. Y en un intento, quizás de exorcizarlo, porque sé que las leyes cubanas tienen más de demonio que de justicia, publico este cuento del libro Dischosos los que lloran. Quiera Dios que entre todos podamos conjurar las palabras de José Lorenzo, y Ángel no pase otra vez por esa tristeza.

                                                              La madre

Entra al salón en busca de su hijo, en la visita anterior le dijeron que por indisciplina lo mandaron a la celda de castigo, allí estaría veintiún días, con media ración de comida y sin sol: así que para verlo, debía esperar al mes siguiente.

Ahora, ella busca entre decenas de presos con sus familiares, sin encontrar a su hijo; es imposible no reconocerlo, los guardias debieron equivocarse y dejarlo dentro de la galera. Va a la puerta a preguntarle a los oficiales: su hijo no está. Ellos insisten en que sí, y le enseñan la foto en la tarjeta que todos tienen como identificación.

La madre regresa al salón y pacientemente busca uno por uno. Al llegar al final y no encontrarlo comienza a llorar, pero comprende que pierde tiempo y que luego que los guardias no se lo tendrán en cuenta, así que supera su nerviosismo y reinicia la búsqueda, también infructuosa.

Cuando la vuelven a ver angustiada, los guardias se enfurecen, le dicen que su hijo si está, que por favor, si ella no lo crió que busque a la persona que lo hizo para que le indique dónde está.

Prefiere callar, sin aclarar que crio a sus hijos sola y nunca tuvo quién la ayudara. Y repasa nuevamente cada rostro. Cuando revisa y no lo encuentra, le da vergüenza molestar otra vez a los sargentos.

En el salón, sólo hay un muchacho que duerme, solitario, con el rostro escondido entre sus brazos, pero por mucho que lo mira, nada le indica que sea su hijo. Está pelado a rape, su cabeza es demasiado pequeña, los brazos flacos, la piel muy blanca y la espalda estrecha. Su hijo es alto y fuerte. Aunque le llama la atención que todos los presos estén con su familia y él no. Se acerca, desconsolada, a pesar de saber que lo hace por gusto.

Con temor, lo toca por el hombro: el muchacho levanta la cabeza y la abraza.



1 comentario:

  1. aseres, manolon, muy bueno eso. soy lector incondicional del otro Sindo, del que mencionas, porque del fundacional y trovero n ser otra cosa que seguidor sin pretextos. Muy afortunado y oportuno tu acercamineto por lo del Angel que ahora quieren apresar entre barrotes. te leo y con esta lectura te envio un abrazo, desde aca lejos, desde el Sur de la Florida.

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