Humberto Medrano parecía tener todos los años del mundo. Conocía tantas historias que daba la impresión de haber nacido con el primer latido del universo, y no aquel 25 de octubre de 1916. Hijo de coronel mambí hablaba de José Martí y de Antonio Maceo como si hubieran vivido junto al él. Sabía de Gerardo Machado y de Fulgencio Batista en carne propia. Y por Fidel Castro sentía la rabia que todo hombre bueno padece ante los tiranos.
Lo recuerdo de guayabera blanca, aún almidonada, de bigotón hirsuto, que en su juventud engominaba con las puntas hacia arriba, de energía rebelde que se negaba al auxilio ajeno cuando el bastón le bastaba para andar. Solo de su amada Mignon aceptaba ternuras y regaños. Ella era su pedestal y su brújula.
Era de voz grave y rotunda. De puño firme para el discurso y la escritura. De principios inquebrantables. La ultima vez que hablamos todavía guardaba la esperanza aun cuando sus recuerdos ya tropezaban y se confundían. En el fondo de sus pensamientos anidaba la idea de volver a Cuba, y hasta quizás, fundar otro periódico.
Pero este 24 de diciembre su augusto corazón de hombre sin miedo dio el frenazo esperado y partió rumbo a esa eternidad que aun desconocemos. Allá a de estar, resabioso y terco, esperando que a Cuba vuelva la libertad por la que luchó y con que soñaba.
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