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jueves, 1 de marzo de 2012

Entre viejos fantasmas y nuevos fantoches

“el fantasma del “fracaso” de los intelectuales cubanos del siglo XIX ―que al principio no había(n) aprobado la lucha armada como la vía hacia la independencia y terminaron sin poder imponer sus reformas― revivió en la segunda mitad del XX. La aspiración a una evolución y no a una revolución terminó por convertirse en un “error” del que había que renegar a todas luces.”, ha escrito Alejandro Armengol este 1 de marzo en la revista digital Cubaencuentro.

Lo ha hecho a propósito de, sin aludir al concepto de intelectual orgánico, deslindar el compromiso político del estético y brindarle al artista un asidero de compromiso ciudadano sin implicaciones políticas. Y ve el articulista “la sutil manera de tomar partido” como “responsabilidad ciudadana” por lo que deja de ser “un problema político” para devenir “condición moral”.

Eso suena bien. Es un punto de vista a tomar en cuenta. Se esté o no de acuerdo, y sin maniqueísmos estrechos. Ya que la relación ética/política/estética es sumamente consustancial. Pero ocurre en su artículo que, quizás por premura, tal vez por no considerarlo trascendente, se obvia una zona de la polémica “intelectual/compromiso político”. Me refiero, por supuesto, a la primera mitad del siglo XX en la que menudearon también estos litigios teóricos con mayor o menor resonancia. Y los intelectuales evolucionistas no fracasaron del todo en su intento de alcanzar la soberanía por medio de la negociación –solo habría que recordar que para 1936 ya se había logrado la derogación de la Enmienda Platt por gestiones de reconocidos intelectuales como Manuel Márquez Sterling, Herminio Portell Vilá y Jorge Mañach, entre otros.

Los involucrados en el Grupo Orígenes –teleológicos, mesiánicos y sintetizadores de “la cantidad hechizada” para una nacionalidad casi idílica– no compartían las mismas ideas de compromiso político que los mezclados en el Grupo Minorista –en su mayoría marxistas “orgánicos”, socialistas, comprometidos políticamente – y se protagonizaron ciertos escarceos en los que reflotó el viejo dilema José Martí/Julián del Casal, que esquemáticamente y saltando innúmeros matices, algunos han calificado de “compromiso/evasión”. Hecho muy debatible pero que conduciría a ramales teóricos de otra índole como función social del arte, política y estética, en fin, recovecos interminables.

En la misma tesitura de la metafórica y mal interpretada –o interpretada a beneficio– arenga martiana en medio de lo que él llamó “la guerra necesaria”: ¡Todo al fuego, hasta el arte, para alimentar la hoguera! suena el exabrupto, tal vez un tanto histérico o despechado: "Yo destrozo mis versos, los desprecio, los regalo, los olvido: me interesan tanto como a la mayor parte de nuestros escritores interesa la justicia social" de Rubén Martínez Villena en carta dirigida a Jorge Mañach el 8 de octubre de 1927. Lo que, luego, Villena justifica como su descubrimiento del verdadero Martí, sin darse cuenta que desdeña la monumental obra artística martiana por la que Rubén Darío, al saber de su muerte en Dos Ríos, exclamara: Qué has hecho, Maestro, y lo torna un mal exégeta de la vida y obra de quien propone como su ídolo revolucionario.

Aquella réplica de Villena a Mañach –aún se podía replicar en Cuba aunque bajo Gerardo Machado– suscitó no pocos cruces de filípica y catilinarias entre reconocidos intelectuales de la época. Pero no por ello dejó Villena de escribir poesía, aunque sí se definió como luchador político más que como artista. "Hace falta una carga para matar bribones, /para acabar la obra de las revoluciones;" dijo el ya versificador combatiente. A lo que Fidel Castro, que ya había usado el ideario martiano para una supuesta revolución democrática y habiéndola transformado en dictadura totalitaria a la manera stalinista, apeló más tarde, para acentuar a Villena como paradigma de intelectual revolucionario, pero sobre todo comunista por su origen partidista: "Y desde aquí te decimos, Rubén, el 26 de julio fue la carga que tú pedías". Ello concatenado a la anterior declaración de que José Martí había sido “el autor intelectual” del Asalto al Cuartel Moncada.

Cuando ya llegados a la segunda mitad del siglo XX y con la instauración de los ideales socialistas –que sí obliga a una definición política del artista– muchos de los contemporáneos de Villena se habían visto precisados a la toma de partido y la escisión fue entonces entre supuestos “aplatanados” y otros que partieron al exilio. Por lo que desde los inicios mismos, y tras la calvinista imposición de “Dentro de la Revolución, todo; fuera de la Revolución, nada”, proliferaron más declaraciones políticas que oximorones perfilados.

Hoy, ya salidos del siglo XX y plagados de viejos fantasmas y nuevos fantoches que apuntalan o escardan un sistema que se ha autoroído se debaten nuevamente las vías revolucionarias o evolutivas para alcanzar la democracia en un país deshecho económica, política y moralmente, y eso no sé si ya demasiado tardío, cuando víctimas y victimarios –y víctimas/victimarios a la vez–son un manojo de arrugas y olvidos, sea necesario.

2 comentarios:

  1. Así es Manuel ¡¡Las cosas claras!!
    Gracias por escribir y sentir, como lo haces.
    Abrazo.

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  2. leerlo todas las mañanas se ha vuelto costumbre. da usted y sus letras luz a las dudas que despiertan conmigo. simplemente genial, sin mas palabras

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