El megáfono hacia el exterior de la hacienda cubana, Bruno Rodríguez Parrilla, ha asegurado el jueves que Cuba (esto es Raúl Castro, regente general de la finca) "nunca pidió asistir a ninguna de las cumbres de Las Américas", y reprodujo con voz robótica que Estados Unidos es el culpable de "una exclusión" que calificó de "inaceptable e injustificable".
Sin embargo, como traía la orden de ser gentil, agradeció a Juan Manuel Santos –quien de seguro tenía muy presente el fétido escándalo de cuando, tras su fugaz viaje a Guadalajara, Fidel Castro reveló sus conversaciones privadas con Vicente Fox porque este le pidió que “jamara y se pirara”– para que Raúl Castro no armara una pestilencia semejante al saber que no se había logrado consenso para su participación en la Cumbre que se realizará a mediados de abril en Cartagena de Indias.
A mi modo de ver lo inaceptable e injustificable es que luego de 53 años de gobierno dictatorial –por ello me permito tratarlo de megáfono hacia y el exterior y no de ministro de relaciones exteriores como correspondería en caso de que el gobierno que él representa contara con un presidente elegido democráticamente- se escandalice por una exclusión que es más bien autoexclusión por mantenerse en una postura política que el consenso no acepta como democracia.
Y es que, para ver el asunto desde una óptica a lo Emily Bronte, las Cumbres de Las Américas siempre han sido un tanto borrascosas, porque en la integración, siempre que existan antagonismos irreductibles, no faltarán las tormentas.
En la primera Cumbre de Las Américas, celebrada del 9 al 11 de diciembre de 1994 en Miami, Estados Unidos, convocada por el presidente Bill Clinton –luego de haber anunciado una considerable flexibilización en relación con su política hacia Cuba y lo que el gobierno de Fidel Castro pagó con una crisis migratoria convertida en éxodo masivo y el derribamiento de dos avionetas civiles estadounidenses en aguas internacionales–se adoptaron dos documentos fundamentales: la Declaración de Principios y el Plan de Acción, que abarcaba 23 ámbitos de cooperación en materia política, económica y social.
Esta fue la primera reunión de mandatarios que incluía a Canadá e islas del Caribe y se establecía el compromiso de erradicar la pobreza mediante la creación del Área de Libre Comercio de las Américas, y ante lo cual se desató el despelote en el sur para ver quien lograba primero su TLC, pero Cuba, sabiéndose en desventaja por no tener un gobierno democráticamente electo comenzó a gruñir y conspirar.
La segunda, realizada del 18 al 19 de abril de 1998, en Santiago de Chile, fue convocada conjuntamente por todos los Jefes de Estado y Gobierno y su agenda incluía la consolidación de la democracia, el respeto a los derechos humanos y el proceso para iniciar la negociación del Área de Libre Comercio de las Américas.
Cuba quedaba excluida por la esencia misma del cónclave: consolidación de la democracia y respeto a los derechos humanos, pero ya conspiraba con Hugo Chávez la posibilidad de una alternativa que no la dejara sin subvención tras el desmoronamiento del bloque socialista.
Para la tercera cumbre, efectuada del 20 al 22 de abril de 2001, en Quebec, Canadá, en la que su declaración final reafirmaba la determinación de los 34 mandatarios de poner en marcha el Área de Libre Comercio de las Américas en 2005, ya Hugo Chávez mostró sus reservas sobre esa fecha y sobre la "cláusula democrática" –ya estaba pensando en descuartizar la Constitución venezolana y convertir el país en una réplica cubana, lecciones muy bien aprendidas de su mentor político Fidel Castro– lo que marcó las turbulencias fueron las violentas protestas callejeras de grupos antiglobalización.
La cuarta cumbre, efectuada del 4 al 5 de noviembre de 2005, en Mar del Plata, Argentina, fue la más azotada por las ventoleras: desacuerdos sobre la inclusión del Área de Libre Comercio de las Américas en el documento final, brotes de violencia en las calles y arduas reuniones bilaterales marcaron la cumbre.
En esta Estados Unidos pretendía relanzar el Área de Libre Comercio de las Américas y chocó con la intransigente postura de Mercosur y Venezuela, cuyo presidente, Hugo Chávez, ya totalmente minado por el virus castrista de la procacidad en foros internacionales, adquirió protagonismo por mandar literalmente "al carajo" la iniciativa.
Para la quinta cumbre llevada a cabo del 17 al 19 de abril de 2009, en Puerto España, Trinidad y Tobago, Barack Obama pretendía profundizar las relaciones interamericanas pero inhábil aún parecía desconocer los ciclones políticos y económicos que se avecinaban.
El lema de esta cumbre era "Asegurar el futuro de nuestros ciudadanos promoviendo la prosperidad humana, la seguridad energética y el medio ambiente", lo que no ha ocurrido todavía, transcurridos casi cuatro años.
En ella también se previeron temas complementarios como la crisis económica tras la reunión del G-20 en Londres y la exclusión de Cuba de los organismos interamericanos desde 1962, que fue planteada por algunos países miembros.
Los esfuerzos porque Cuba se integre al modo de gobierno democrático han sido tenaces, permanentes y hasta complacientes, diría yo. Las flexibilizaciones les han llegado desde todas partes; Estados Unidos, Unión Europea, América Latina y hasta del Vaticano, sin que se haya logrado deponer la tozudez dictatorial. ¿A qué aspira entonces Bruno Rodríguez Parrilla?
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