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miércoles, 7 de marzo de 2012

Abel con mejor pavón

Las pistolas usadas en la guerrilla resultan siempre peor cromadas que las que se guardan disimuladamente bajo la guayabera luego del triunfo, pero no dejan de ser coercitivas e intimidadoras cuando su oficio es pastorear el pensamiento.

Si las primeras lograron bodrios contrahechos con sabor de sacarosa combatiente u odas a la consiga Patria o Muerte, las segundas consigueron fingimientos y evasiones, a más de alguna que otra rebeldía pagada con calabozos.

Luis Pavón, un supuesto poeta proveniente de la Sierra Maestra, no podía estar tan bien niquelado como un narrador malogrado ya pavonado por la Universidad socialista y designado para la misma función.

Luis Pavón un tira tiros. Abel Prieto un tira ideas. Pero ambos con la pistola a manos. Pavón en bruto. Prieto mejor burilado. Siempre bajo la misma comandancia, la misma estrategia, el mismo objetivo: controlar el redil intelectual, que suele ser tan volátil.

Pavón no me apena. No lo conocí y cuando leí sus versos y los versos de los premiados por él en concursos literarios patrocinados por el gobierno a través de sus instituciones culturales, comprendí que no se perdía nada conque él se perdiera.

Abel si me apena, en cierto grado, porque lo conocí y porque al leerlo presentía un potencial que se perdería. Y así ocurrió. Era un narrador, pero sobre todo un exégeta lúcido, que se decidió por el poder. Pudieron más sus ambiciones como funcionario que sus aptitudes como escritor. Fue su propio Caín como artista.

Su retiro como hijo putativo del Aparichit le llega cuando, ya viejo, enfermo y –supongo– cansado, y sin una obra literaria meritoria, no podrá alcanzar la pericia que requiere, pongamos por caso, una novela memorable o un ensayo minucioso.

Caprichosa y cerril es la literatura. Hay que embridarla temprano, asirse fuerte a la montura, resistir la cabalgata, para llegar a domeñarla. Y Abel se bajó del corcel antes de lograr que caracoleara jubiloso y esbelto. Jinete y caballo se quedaron a la saga, y es lamentable porque Abel prometía recreos hípicos que ya no alcanzará. La literatura de ese tiempo borrascoso en el que él fungía como repartidor de premios dudosos y castigos solapados, y en el que muchos fueron forzados a pedir prestado un pegasso en suelo extraño, está escrita y su gato no logró levantar el vuelo. Adiós al funcionario. Adiós al escritor.

1 comentario:

  1. la grisura autoasumida... merecera algun lamento?
    gracias por al articulo, manuel.

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