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miércoles, 14 de abril de 2010

Ambiciones más grandes que el corazón y el cerebro

Combatir la mentira con otras mentiras no genera héroes. Es miserables apetentes de falsas y ajenas glorias lo que origina. Cuando el ser humano ha tenido la oportunidad de un acto altruista, o alguien cercano a él—ya amigo o familiar—lo acometió, ello no le da el derecho de mentir o exagerar porque se traiciona a sí mismo o traiciona al cercano y se torna tan despreciable como aquel que los doblega o tiraniza por medio de la mentira.
El heroe verdadero ni miente ni exagera, porque simplemente lo hizo por amor y lo olvidó. Son los heroesillos de cartón los que viven de glorias añejas o heredadas. No es para exigir reconocimiento, poder o botín que el ser honrado se rebela y se lanza al acto heroico. Es por la satisfacción de servir, por un impulso, a veces desconocido, inexplicable, pero propio de los buenos.
Los héroes después de la hazaña, que para ellos fue una necesidad, vuelven callados al trabajo honrado, reconfortante y creador. No mendigan prebendas mostrando cicatrices.
Desde una celda de castigo en la cárcel de Aguadores, en Santiago de Cuba, el 29 de septiembre de 2003, pensando en ello le escribí—y se publicó entonces, exactamente el 11 de diciembre del mismo año, no después que salí de la prisión y me puse a buen resguardo—a Yolanda lo siguiente:
No barruntamos que si alguien se sueña estatua, ése es el tirano. No sabe que al convertirse, en vida, en más mármol que carne humana, sensible y perecedera, el resto de los hombres comienzan por temerle, luego por despreciarle, y más tarde burlarle. Lo que empieza con solemnidad de himno para el héroe—si es un tirano el elegido—termina con fanfarrias de circo para el devenido saltimbanqui, caricatura de lo que fue heroísmo.
La oportunidad de servir a la humanidad—y esto no lo ha entendido nunca ningún tirano—es ya en sí mismo la presea. Todo jalón áureo, todo entorchado dorado que se procure luego, no sintetiza el instante supremo en que el destino individual brinda una brizna de gloria. Coincidir, ya por azar, ya por decisión propia, en el segundo exacto en que los demás requieren del acto altruista no significa luego que los beneficiarios nos deban pleitesía eterna.
Pensaba entonces en Fidel Castro, y así lo plasmé. Hoy pienso en mequetrefes que ni a tiranos llegarán, porque son miméticos en gestos, tonos y palabras de quien los subyugó por mucho tiempo y los saturó de esa maléfica influencia—y ya se sabe que toda imitación es un fracaso—más, cuando falta la instrucción necesaria y el arrojo imprescindible. Son en realidad, pobre diablos que más que títeres embusteros no han sido, ni serán otra cosa, que payasos aficionados con las ambiciones más grandes que el corazón y, por supuesto, que el cerebro.

2 comentarios:

  1. Recuerdo este artículo.
    ¡Muy bueno!
    Entonces diste y ahora sigues dando en el clavo.
    Un abrazo.

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  2. Nada que decir, no falta ni sobra una letra. Aún desde el anonimato tonto de no dejar un comentario, leerlo se ha vuelto costumbre obligada.

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