Translate

lunes, 5 de marzo de 2012

Reconciliación o confluencia de intereses

Insultos, descréditos, autoalabanzas y preminencias políticas era lo que había constatado en la mayor parte de las opiniones del debacles (más que debate) producido por la participación de tres escritores cubanos en un panel ofrecido en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba con la intención de un acercamiento entre intelectuales del exilio y la isla, cuando Amir Valle me convocó, vía correo electrónico, para que participara en la controversia, en la pagina digital Otrolunes, y yo tácitamente decliné.

La invitación de Amir me provocó una especie de retorno al día en que conocí a la profesora Katrin Hansing, de lo que guardo gratas memorias. Ella investigaba sobre el criterio de “reconciliación nacional cubana”. Recuerdo que nos reunimos en mi apartamento de Miami. Katrin preguntó mi opinión sobre el tema y yo le expuse mi teoría desde una visión bastante pragmática.

Lo primero que hice fue permutar el concepto “reconciliación” por el de “confluencia de intereses”. Una vez establecida esta ontología, apelé a la parábola del matrimonio, con un hijo en común, que se disuelve por ciertas incompatibilidades pero tiene el deber de alimentar, proteger y educar al vástago, lo que obliga a la “confluencia de intereses” pero no necesariamente a la “reconciliación” porque los antagonismos persistirán.

A mi juicio, en esta “confluencia de intereses” intervienen razones económicas, afectivas y culturales, independientes de la voluntad propia, ya que el hijo crecerá indefectiblemente y pasará la cuenta en el momento justo. No es insultando, desacreditando o demonizando al otro cónyuge que se alcanza el bienestar del hijo, sino colaborando en que aquellos factores que antes de la ruptura del “concilio” eran compatibles se fortalezcan, y el monto del cheque sea menos oneroso.

Del mismo modo, sigo pensando, ocurre entre isla y diáspora. Una vez creada la escisión –y aquí las incompatibilidades son menos claras porque están revestidas del matiz político, y ya se sabe cuán veleidosa puede resultar la política– hay que columbrar con mesura los factores de compatibilidad. No es el odio, la mendacidad, la tozudez, el ataque banal y furibundo, la mediocridad o el autoensalzamiento lo que fortalecerá la ineludible “confluencia de intereses”, aunque los antagonismos políticos se mantengan aún después de conseguida.

Para cuando se haya producido –hecho que ocurrirá inexorablemente, como el crecimiento del hijo, independiente de las voluntades involucradas– también acarreará el pase de cuentas y será cuando se develarán los verdaderos rostros, ya sin exenciones por razones políticas.

Quien escribió panfletos, primero a favor, y luengo en contra, será eso: un volantinero de ocasión. Quien pergeñó circunstancialidades de gacetillas no resultará más que un gacetillero. Quien atacó o refutó desde la rabia, la frustración, el encono o la vanagloria, sin más atributos que un ego inflamado, eso será: un nuevo gruñón, pero más senil. La obra tendrá para entonces la última palabra, y tal vez algunos no tengan una buena página donde caerse muertos.

Llegado el tiempo, quizás, Un rey en el jardín, de Senel Paz, teniendo en cuenta solo valores estéticos y entorno de creación, no será más que una muestra de la novela del niño hechizado por el advenimiento de unos héroes que tenían más de imagen fascinadora que de realidad histórica y La ruta del mago, de Carlos Victoria, será la representación de la novela del niño que supo ver más allá del sortilegio epocal y se erige como la contraparte de la misma realidad vista desde otra óptica. Pero ninguno de los dos podrá ser negado porque formarán parte de eso que hoy, con juicios que pretenden ser premonitorios o lapidarios, y sin haber pasado la criba del tiempo, se litiga como cultura nacional.

Llegado el tiempo, quizás, Siempre la muerte su paso breve, de Reinaldo González, no sea más que el inicio de una germinación novelística truncada por la intolerancia y Antes que anochezca, de Reinaldo Arena, la caricaturización de esa misma intolerancia que abortó el derrotero que se abría con Celestino antes del alba.

Llegado el tiempo, quizás, La novela de mi vida, de Leonardo Padura, no sea más que el atrevido amago de las coincidencias de tres épocas tiránicas (Miguel Tacón, Gerardo Machado y Fidel Castro) en un solo cuerpo novelado con tema histórico y Perdido en Buenos Aires, de Antonio Álvarez Gil, el friso, también de tema histórico, de una era en la que un ajedrecista afamado podía perder la corona mundial sin que ello significara un desastre para una nación fanfarrona que hacía del deporte un blasón político.

Por eso no respondí al llamado de Amir Valle. No es ahora que se dirimirá un conflicto estético que está sujeto a que antes se dirima un conflicto político. Solo la pluralidad que conlleve a la posibilidad de elección permitirá otra selección sin pasiones ni presiones, y Amir Valle y yo estamos unidos por otros lazos que me juntan también a muchos de los vinculados al debate.

Amir Valle estaba en La Habana –bajo el escrutinio de muchos ojos –cuando salí de la cárcel. Fue el único, entre tantos y viejos amigos, que me invitó a un almuerzo en su casa. “Así celebramos el cumpleaños de Eloy Gutiérrez Menoyo y tu excarcelación”, me dijo. Y yo acepté gustoso a pesar de la presencia del excomandante guerrillero a quien no conocía. Me asistían tres razones: su honestidad, su talento y su coraje. Fue de los pocos que mantuvo, sin esconder sus ideas y abierto a debatirlas, su amistad con un “apestado en lo predios intelectuales” como era yo desde hacía más de una década.

Amir Valle y yo nunca necesitamos “reconciliarnos” porque a pesar de divergencias y convergencias siempre respetamos la otredad y asumimos la diversidad como un hecho inherente a la convivencia, y no abrimos jamás el abismo de la incomprensión. Discutíamos para entendernos, para, desde la diferencia, mejorarnos, para ampliar nuestra cosmovisión, para que lo humano se impusiera sobre lo ideológico.

Hoy Amir Valle vive en Alemania. Sigue siendo el mismo escritor honesto, talentoso y valiente que conocí en la escuela de periodismo de la Universidad de La Habana cuando aún él era un estudiante. Hace más de tres años volví a almorzar con él en su casa de Berlín. Esta vez nos acompañaba Katrin Hansing, a quien él no conocía pero aceptó sin remilgos, del mismo modo en que yo había aceptado en La Habana a Gutiérrez Menoyo, abiertos a debatir y sin nada que esconder, y , tiempo de por medio, creo que ambos encuentros fueron aportadores, y no sé si este debate lo sea, por lo que decidí no presentarme a la casa de Otrolunes, en la que, por fin, he visto opiniones sensatas vertidas por escritores que, llegado el tiempo, tal vez tengan una función más importante que la de algunos opinadores de oficio.

1 comentario:

  1. Una vez más: ¡Sabios criterios, Manuel!
    Firmemente convencido de que es así como debe cuidarse del crecimiento de este niño-nación... que esperemos tenga un desarrollo adecuado, un futuro luminoso; a pesar de las actuales desavenencias de sus progenitores.

    Extraigo un párrafo de tu escrito, que lo explica mejor, con las palabras justas:


    "No es insultando, desacreditando o demonizando al otro cónyuge que se alcanza el bienestar del hijo, sino colaborando en que aquellos factores que antes de la ruptura del “concilio” eran compatibles se fortalezcan, y el monto del cheque sea menos oneroso".

    ResponderEliminar

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.