El ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación de España, Miguel Ángel Moratinos, viajará a Cuba entre el 5 y el 8 de julio, beberá algunos mojitos con su homólogo Bruno Rodríguez—que el calor caribeño por estos días bien que los recomienda—recorrerá la Habana en un coche refrigerado, tal vez se dé su saltito a Varadero—con o sin jinetera de lujo, todos dependerá del viagra disponible—y al regreso descorchará algún ligero tempranillo con el cardenal Jaime Ortegas y pedirá que lo absuelva.
El canciller español se reunirá—a no dudarlo—con algunos empresarios españoles, cotillearán sobre lo jodida que está la cosa en Cuba por la falta de liquidez y el impago a las empresas extranjeras, barruntarán que si el derrame de petróleo del Golfo de México llega a las costas de la Habana y Matanzas, Meliá se las verá negras, cuchichearán—lejos de cámaras y micrófonos—sobre las nuevas labores de los agentes de inteligencia que dejaron volver a la embajada después del escarceo que les costó el cargo, el carro y el culo a Carlos Lage y Felipe Pérez Roque, y ya en la alta noche, cuando los empleados de la casa—todos informantes de la inteligencia cubana— recojan los rastrojos de la francachela y estén prestos a marcharse, luego de un poco disimulado eructo, calcularán el tiempo que le queda en el poder a la gerontocracia isleña, y harán nuevos planes para un futuro mejor.
El jefe de la diplomacia española colocará sus mejores afeites a sus declaraciones ante la prensa en esta tercera visita a la isla desde 2007, cuando España y Cuba normalizaron las relaciones y establecieron un mecanismo de diálogo sobre Derechos Humanos, en el marco del cual Madrid ha pedido la liberación de los presos políticos, y explicará que todo marcha sobre ruedas—y que marcharía mucho mejor si no fuera por el cabrón bloqueo que imponen desde hace un cojón de años los americanos—, que la iglesia católica ha jugado un papel importantísimo, que el gobierno ha tenido gestos humanitarios con la disidencia, y que la disidencia está consciente de que se la tendrá que seguir mamando porque nadie les va a resolver su problema.
Quizás—y esa es la nueva zanahoria para periodistas comemierdas que gustan de vislumbrar y pronosticar—se cree la expectativa de que esta vez si van a liberar a tres o cuatro presos convertibles, como se creyó ocurriría con Dominique Mamberti, a quien no se le dio su cuota de presitos para no mezclar a la Santa Sede con política, pero que al gobierno español si lo premiarán por su cantidad de mariconerías a favor de los ancianitos verde olivo, y el flamante canciller, una vez llegado a la vieja Europa con su botín del Nuevo Mundo, pueda explcar: os dije que era vuestra política la equivocada, aquí me veis, he logrado el lauro a mis esfuerzos, y ello hará olvidar que la realidad es otra, pero eso nada más que le importa a cuatro o cinco recalcitrantes de adentro y de afuera de la isla.
Morantinos, plufff
ResponderEliminarlo siento.
Como siempre, excelente mi amigo.
ResponderEliminar¡¡Verdades como puños contiene este artículo!!
ResponderEliminar(Muy propia la definición -aunque sarcástica, muy certera- de "presos convertibles")
Buen artículo, como siempre. Te invito a Sentado en el aire por los poemas de nuestro amigo Manuel Sosa, saludos, un abrazo.
ResponderEliminarAmen, mi amigo, AMEN con mayúscula.
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