Mi amigo Juan Carlos Herrera Acosta lleva siete años, cuatro meses y catorce días en la cárcel. Está preso desde marzo de 2003 por ejercer el periodismo sin orientaciones del único partido cubano.
Lo condenaron a veinte años de cárcel por reportar los sufrimientos de su pueblo con los colores de la verdad. Ha recorrido las celdas de la penitenciaria de Boniato, en santiago de Cuba—donde lo conocí personalmente—la prisión provincial de Holguín, el penal Kilo 7 de Camagüey, y ahora se halla en el Combinado de Guantánamo. Siempre en celdas de castigo y bajo régimen de mayor severidad.
El 30 de agosto de 2003 cuando nos declaramos en huelga de hambre en la cárcel de Boniato fue la última vez que nos vimos. Nos separaron y nos dispersaron por diferentes prisiones de la isla. He estado todo el tiempo al tanto de él. Es de esos amigos que uno quisiera tener siempre al lado, porque son de los que no flaquean.
Hoy escuché su voz en un reporte de Radio Martí en el que, desde el Combinado de Guantánamo, pedía a la comunidad internacional que intercediera por él. Lo tienen aún en régimen de máxima severidad. El traslado que le concedieron después del simulacro de conversaciones entre la iglesia católica y el gobierno, para él ha sido una engañifa.
Juan Carlos Herrera Acosta padece tantas enfermedades que nombrarlas parecería una exageración. Ha realizado tantas huelgas que enumerarlas me dolería. En una de ellas la policía política lo difamó diciendo que estaba comiendo a hurtadillas, y entonces se cosió la boca con un alambre e hilo de un saco de nylon. Un escalofrío de rabia me invadió cuando supe la noticia. Pero el mayor sufrimiento lo tuve cuando supe que única hija—una adolescente—había muerto en un accidente de tránsito mientras viajaba para visitarlo en la cárcel.
Juan Carlos Herrera Acosta lleva siete años, cuatro meses y catorce días en la cárcel. La cárcel más injusta que se pudiera concebir porque toda su vida la ha dedicado a luchar por la libertad y hoy cuando lo escuché decidí compartir este capítulo del libro Escrito sin permiso en el que describo cómo lo conocí.
Capítulo 5
Yenima anda alarmada. Almorzó y se fugó enseguida. No esperó para verme escribir. Cuando hay bronca ella se altera. No camina contoneándose. No marcha con esa levedad de bailarina con que logró cautivarme. Las hembras detestan la violencia. Suelen arreglar los diferendos de otro modo. Recurren a métodos más refinados, más sutiles, que, a veces, son más eficaces y hasta más peligrosos para el adversario. Sin embargo cuando una hembra acude a la violencia, puede ser devastadora. No conocen los límites. Están, por naturaleza, más preparadas para el dolor.
Al regresar del patio me extrañó no verla en el pretil. Apareció cuando sintió el chirriar del carro donde traen la comida para los presos. Colao, un recluso viejo, descalzado, sin dientes, enteco, es quien tira del carro. Lo acompañan tres guardianes. Los guardianes reparten los alimentos. Por una abertura situada en la parte superior de la puerta semitapiada, los presos sacan sus vasijas y los guardianes les vierten los condumios.
De celda en celda va Colao tirando del carro. El carro es un armatoste de planchas de acero soldadas. Sus ruedas rechinan con cierto acento lúgubre. La mugre, de años, chorrea por los laterales del carro. Es un carromato pringoso y pestilente. Su tirante es un semicírculo de cabilla. Colao va, como un mulo manso, dentro del tirante. Se encorva. Afinca los pies desnudos en el suelo resbaladizo del pasillo. Puja. Suda. Resopla.
Los peroles que contienen los alimentos están tan cochambrosos como el carro. Se pierde el apetito de solo verlos. Un caldero enorme para la sopa: una sopa grisácea con hierbas irreconocibles que logra su densidad a base de harina de trigo. Un tambuche con bolloe’vaca: un engrudo indescriptible que fabrican a partir de la harina de trigo y algún desecho cárnico. Un bullón para el arroz: un arroz apelmazado, cundido de gorgojos, granos sin descascarar, semillas de otras yerbas y piedrecillas que le dan una coloración entre ocre y terracota. Un último bidón con mermelada: un líquido ambarino, pegajoso, repugnante. Colao arrastra con esa carga. Piafa. Transpira. Es un arco con la cabeza pegada al pecho.
A Yenima no le gusta el bolloe’vaca. Se lo coloco en el murete de la ventana y lo hociquea pero no lo come. La burundanga si le apetece. La burundanga tiene peste de demonio. Huele a cadáver, a podredumbre. Son los residuales de animales sacrificados en el matadero, traídos, sin refrigerar, a la penitenciaría, y cocinados sin aliño alguno. Tiene un color entre amaranto sucio y carmelita lodoso. Parece vómito de algún animal prehistórico. De ese color era también la sangre de Urbano cuando se secó en el patio.
Urbano Escalona. Mulato. Joven. Infectado de SIDA. Ocupa la celda 17. Jorge Ochoa le propinó una cuchillada en el cuello. La sangre estaba en el patio cuando me sacaron. Yo leía en mi celda mientras se producía la reyerta. Oí la algazara. Los gritos subieron hasta mí. No me apartaron de la lectura. Aquí el vocerío es normal. Ya me acostumbré. Fui a tomar el sol sin saber qué había ocurrido. Villarreal que sí presenció desde su ventana la tremolina, me contó. Parece ser que el problema venía de antes. Ochoa profirió unas ofensas contra Urbano. Le dijo homosexual. Urbano se defendió con otros insultos. Ochoa extrajo una cuchilla que traía escondida entre los genitales y el calzoncillo y le tajó el cuello a Urbano. Los guardianes abrieron el candado del patio. Entraron, tonfa en mano, perro gruñendo, y detuvieron la gresca a porrazos. Urbano fue del patio a la enfermería, donde lo zurcieron torpemente, y de ahí a su celda. Ochoa fue del patio a la tola.
La tola es una celda igual a las que ocupamos pero sin litera, sin retrete, sin grifo. La ventana de la tola permanece sellada con ladrillos, la puerta totalmente tapiada por una lámina de acero. En ella la penumbra es absoluta. Los insectos y las alimañas la copan sin que uno pueda verlos. Allí fue a carenar Ochoa, sin más ropas que el calzoncillo.
Ochoa canta por las noches. Les demuestra así a los carceleros que no tiene miedo de permanecer en la tola. Los otros presos lo estimulan para que cante. Las canciones de Ochoa hablan de mujeres traidoras, de amigos ingratos, de beodos, de pérdidas de fortunas, de hijos abandonados, de madres santas. Es el clásico repertorio de bolerones alambicados, melodramáticos que inundan la música popular cubana. Ochoa tiene filosofía de bolero y fama de bragado. Es todo un hombre, al decir de los otros presos. Los otros presos, los que lo admiran, se las ingenian para hacerle llegar cigarrillos, agua y sábanas.
Desde la tola sube olor de telas quemadas. Ochoa ha encendido una hoguera para espantar los insectos. Los guardianes del turno de esta noche hacen la vista gorda. Son buenas personas. Saben que Ochoa la está pasado mal. Si estuviera aquí Kindelán, el panorama sería distinto. Kindelán es un reverendo hijo de puta. Un verdugo verdadero. Hubiera ido a la tola, con dos carceleros más -no tiene coraje para hacerlo él solo- abierto la puerta tapiada, tirado un cubo de agua contra la fogata y contra Ochoa, luego retirado riendo de su heroicidad. Kindelán es cruel y cínico. Ha trabajado durante muchos años en esta prisión y se ha impregnado de lo peor de la conciencia humana. Se relame con los padecimientos ajenos. “¡Un chacal!”, aseguran quienes le conocen. Ojalá no tropiece conmigo. No se cómo yo reaccionaría. Y por el momento, me conviene pasar lo más inadvertido posible. Juan Carlos Herrera si ha tenido discusiones con Kindelán. Le ha dicho sicario, esbirro, ladrón, chantajista. Kindelán le ha sonreído. “Goza, goza, ahora”, le ha dicho Kindelán a Juan Carlos. Por la tarde, cuando el carro chirriante y apestoso pasa frente a la celda de Juan Carlos, Kindelán aprovecha para desquitarse: toma el cucharón, revuelve la sopa nauseabunda, aparenta que busca algo, simula que lo vaciará completo en la cantina que Juan Carlos saca por la abertura de su puerta, pero deja caer el líquido de nuevo en el caldero, y solo vierte una mínima porción del agua grisácea. Juan Carlos le grita una palabrota y le lanza la cantina. Kindelán sonríe. “Goza, Goza”, le dice a Juan Carlos. “¡Arrea!”, le grita a Colao. Dios quiera que yo no tropiece con Kindelán.
No conocía a Juan Carlos Herrera. Había leído algunos de sus reportes en el boletín de Cubanet. Sabía que vivía en Guantánamo y que era periodista independiente. Pero personalmente no había tenido el gusto. Y fue un gusto verdadero conocerlo. Es un valiente. Lo trajeron a Boniatico un par de semana después de estar yo allí. Llegó con un ojo amoratado. Los guardianes lo habían golpeado salvajemente. Luego él mismo me contó que el carcelero se había aprovechado de que estaba esposado y otros celadores lo sujetaban por la espalda para darle un puñetazo en el rostro. El hecho ocurrió porque había gritado: “¡Abajo Fidel Castro!” Nos hicimos amigos sin siquiera darnos un estrechón de manos. Nos abrazamos, con esposas puestas los dos, muchos días después cuando ya nos habían rapado la cabeza –y a mi la cara también- y nos estaban tomando fotografías para el expediente de prisioneros. Coincidimos en la antesala de Boniatico y, antes de que los guardianes pudieran evitarlo nos fundimos en un abrazo.
Por eso soy uno de los que critica duramente la carta de los 74, la mayoria se dejo llevar por las promesas de "mejorias" de Raul, dejaon en manos de la desvergonzada iglesia cubana lo que correspondia a los opositores cubanos, y peor aun figuras politicas como Fariñas se dejaron convencer por sinverguenzas y vividores al estilo de Hector Palacios,Chepe y la cara de guante de Miriam Leiva.
ResponderEliminarPriomero quisieron destruir con divisiones e intrigas el movimiento de Las Damas de Blanco, y ahora con esa carta de infamia se convirtieron en colaboradores voluntarios de la tirania.
Y esto que escribe Vasquez, es solo el resultado de esas maquinaciones, vendra peor cuando el senado americano apruebe esa ayuda de 15 millones y llegue la invasion de turistas americanos.
Los presos politicos seguiran sufriendo,el pueblo seguira sufriendo y un grupo de hijos de putas vendepatrias seguira lucrando con el dolor del pueblo cubano.
Que Dios y otros compatriotas me perdonen, pero siento un odio inmenso por estos descarados que estan desbaratando la moral y el prestigio de la oposicion cubana.
Y me siento decepcionado de este exilio y del resto de los opositores por no haber actuado con mas energia, por no denunciar publicamente a estos delincuentes que viven bajo el manto de la oposicion y a costa de las remesas de cubanos que quieren ver a Cuba libre.
Y en medio de nuestras desgracias hay esperanzas que nacen y florecen, hay un Antunez,unas Damas de Blanco, una familia Zapata,una familia Sigler-Amaya que no hace el juego de la dictadura y la mil veces despretigiada iglesia catolica cubana.
Y si algo pido a Dios es que aparezca un Martin Luther cubano, un sacerdote con moral y valor para reformar o crear una nueva iglesia cubana que sea la casa y el refugio de los pobres y los marginados de Cuba.
Jorge Luis
Gracias, Jorge Luis, aunque hay algunas expresiones en tu apasionado comentario que son debatibles,escencialmente estoy de acuerdo contigo.
ResponderEliminar...pues yo soy uno de los que le preocupa mucho que los disidentes se dediquen a criticarse los unos a los otros.
ResponderEliminarLamentablemente el "divide y vencerás" de la tiranía se está consolidando...