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miércoles, 14 de julio de 2010

El cardenal no llama dos veces

El cardenal se levantó temprano. La costumbre de madrugar la adquirió en un campo de concentración militar. En aquellos tiempo era una herejía política ser religioso, maricón o bitongo. Tras sus minuciosas abluciones matinales se vistió lentamente. Frente al espejo advirtió que tenía torcido el alzacuello. No pensó en el símbolo. Su hermenéutica estaba centrada en mensajes más sencillos. Debía hacer algunas llamadas telefónicas y no tenía tiempo para interpretaciones que lo alejaran de su deber.
La lista que había traído un atildado soldado vestido de civil yacía sobre un vetusto buró del arzobispado. La tomó con cierto hálito de abulia y desazón. Tras sus gafas las letras cobraron vida. Aquellos nombres desconocidos durante siete años por el prelado, fueron, de repente, pálpitos, sueños y familias.
Antonio Villarreal Acosta, leyó monseñor.
José Luis García Paneque, Léster González, Luis Milán continuó el arzobispo.
Y en ese instante sintió una raro escozor bajo el solideo. Quizás el nuevo champú que había comprado en su último viaje a Estados Unidos no le sentaba a su delicado cuero cabelludo. Se rascó disimuladamente, como a escondidas de Dios, y pensó que no quedaba otra alternativa. Levantó el viejo teléfono y comenzó su labor.
La pregunta que hacía era lacónica y precisa. La respuesta que exigía era monosilábica. De los que respondieron “sí”, siete se fríen de calor en un hostal de los arrabales de Madrid y otros esperan para volar hacia una libertad prestada. Los que dijeron “no” continúan mordiendo los barrotes de donde el purpurado había anunciado que los sacaría.
Pedro Argüelles Morán, Regis Iglesia, Eduardo Díaz Fleitas, Arnaldo Ramos Lauzerique y Félix Navarro se cocinan al fuego lento de la espera y la incertidumbre. Dijeron “no” y el príncipe eclesial de La Habana poco más ha podido hacer por ellos. Dios quiera que el alzacuello torcido y el escozor bajo el solideo hayan sido señales divinas enviadas por las almas de Miguel Valdés Tamayo y Orlando Zapata Tamayo para que el cardenal no se olvide de hacerles una segunda llamada.

4 comentarios:

  1. ¡¡Muy bien dicho!!
    LAS COSAS CLARAS.

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  2. Manuel, felicitaciones...
    Me lo llevo a mis blogs, con tu permiso.
    Cariños

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  3. Retrato cabal de lo que es un funcionario del Vaticano. Nos lo imaginamos sudando junto al teléfono, pero creyendo que cumple con su deber de "dejarlo todo en manos de Dios" y no interferir en sus designios confrontando al poder terrenal.

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