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viernes, 16 de abril de 2010

Escrito sin permiso (Capítulo 25)




Partió la caravana.
A mi lado un capitán sombrío.
Pistola y silencio el capitán.
Yo esposado, dejándome llevar hacia el olvido, las sombras, el mutismo.
Un oficial de silencio y pistola junto a cada uno de mis compañeros.
Oficiales de pistola y silencio de pie en el pasillo del ómnibus.
Parte la caravana.
Iniciando la marcha dos motocicletas de tránsito. Le siguen tres autos de la policía política, dos con inscripciones grandes, legibles a distancia en los laterales de los coches: G-2. Luego nuestro ómnibus. Detrás una ambulancia. Cerrando, dos autos más de la policía política. Va la caravana. Sinuosidades, recovecos, calles bachosas. La autopista nacional se extiende al frente. El ómnibus la consume, parece irse atragantando de asfalto. A mi derecha, Jorge Olivera; a mi espalda, Víctor Rolando Arroyo; a mi frente Edel José García. Converso con Edel. Comentamos las últimas noticias. Le hablo de las declaraciones de José Saramago.
“La anciana comunista se le viró con cartas al Gran Burundú”, le digo en broma a Edel.
“¿Quién?”. Me pregunta Edel, que no entendió el chascarrillo.
“Sara Mago”, le respondo riendo.
Edel ríe. Al capitán sombrío no le gusta la broma. Nos ordena callar. Me alebresto:
“No joda, cómo me voy a callar si acaban de echarme 18 años por hablar”.
Edel se calla. Me callo también. Miro a Oscar Espinosa Chepe. Se ve mustio, muy pálido. Va silencioso. Sumido en sus pensamientos. Jorge Olivera me pregunta quedamente, casi con ademanes, qué creo de nuestras largas condenas. Tiro a chanza mi respuesta:
“No le hagas caso a los 18 años. Ese viejo cagalitroso no durará tanto”.
Olivera ríe. Yo río. El capitán sombrío me ordena silencio. Discuto con él. Héctor Maseda viene por el pasillo. Lo veo andar tambaleándose por los sacudones del ómnibus en la autopista. No puede sujetarse. Anda esposado. Camina hacia el fondo. Creo que podríamos conversar cuando pase a mi lado. No nos lo permiten. Apenas nos estrechamos las manos esposadas. Va al baño. Regresa. Me sonríe de nuevo al pasar de vuelta.
“Ya te estás meando -le digo cuando cruza- deja que lleguemos que nos vamos a cagar”. El ríe. Ríe con la misma soltura que reía cuando nos reuníamos cada martes o miércoles en casa de Ana Leonor para trasmitir nuestros despachos y yo soltaba una de mis bromas. El grupo Decoro era una especie de familia. No había intrigas ni chismes. Éramos, territorio libre de Bagueres, como hermanos. Nos divertíamos trabajando. Maseda, muchas veces, la diana de mis jodas. Me gustaba verlo enrojecer como un niño candoroso y reírse con la bondad de un hermano mayor que perdona las travesuras del más pequeño. Cuando lo conocí era un opositor político puro. De periodismo no sabía ni armar un buen lead. Pero con su inteligencia aguda, con su cultura amplísima, con su tenacidad y disciplina, en poco tiempo se convirtió en uno de los mejores reporteros y articulistas del Grupo Decoro. Recuerdo cuando yo lo reprobaba por el tono editorialista de sus textos. Siempre le decía: “Caballón, bájate de la tribuna que esto es periodismo”. Y él sonreía y anotaba mis sugerencias para mejorar su trabajo y nunca más volvía a cometer el mismo error. El Grupo Decoro era una fiesta. Claudita, la niña de la pandilla, todos la cuidábamos. Pepito (José Ubaldo), el malandrín que más comía cuando, entre todos, reuníamos dinero y mandábamos buscar merienda. Oscar Mario, la mesura y la nobleza. Lleno de frases amables se ganó el cariño de todos a los pocos días de ingresar al grupo. Ana Leonor, La Poli, por polilla, no por policía, el diccionario regañón. No dejaba pasar una incorrección en los textos de nadie. El Grupo Decoro pagó su encanto con cuatro presos. José Ubaldo Izquierdo, Omar Ruiz, Héctor Maseda y yo. No sabíamos que la policía política se ensañaría tanto con nosotros.
Regresó Maseda a su asiento y yo quedé con mis recuerdos. En Santa Clara bajaron a Maseda del ómnibus. Hasta hoy no lo he podido ver. Subieron a otros. Continuó la caravana. Nos brindaron un almuerzo frío. Esas eran las cajas que subieron los guardianes en el parqueo de Villa Marista. Pollo frito, arroz congrí y vianda. Comí sólo el pollo. Cuando fui a la toillete para lavarme las manos, me vi en un espejo por primera vez después de 35 días. Era pelo y palidez nada más. Qué trabajos pasé para orinar. Es casi un ejercicio erótico-masoquista eso de bajarse la cremallera y orientar bien la fontana con las manos esposadas y un ómnibus dando tumbos. En Sancti Spíritus hicieron una parada técnica para ponerle combustible a los carros. Abandonamos la autopista nacional. Rodábamos entonces por la vieja Carretera Central. La marcha más lenta. La Carretera Central es en realidad una vereda asfaltada. Han pasado casi 80 años desde que se construyó. El otro dictador, Gerardo Machado, la enarboló como un gran triunfo de su mandato. La cacareó tanto como la construcción de El Capitolio, a lo mejor para su tiempo era una gran carretera, hoy es un trillo por el cual se debe conducir con sumo cuidado. Ciego de Ávila fue la otra escala. “Ciego del ánima”, dije recordando la vieja novela Siempre la muerte, su paso breve, del escritor cubano, nacido allí, Reynaldo González. Pensé en mi hija Tairelsy y mi nieto Samuel. ¿Qué estarían haciendo en esta tarde en que yo pasaba por Ciego de Ávila, esposado, sin besos y sin regalos para ellos? Bajaron a tres o cuatro de mis compañeros. No pude saber a quiénes. La llanura camagüeyana se extendió frente a nosotros. Recordé a otro poeta avileño, Roberto Manzano Díaz, modestia y lirismo. “Sabana, / patria de mis ojos. / Desmbarazado fulgor. / Espatillo y corojo en la distancia”. Recité mentalmente los versos de Manzano. Me adormilé.
Cuando desperté estábamos en Camagüey. Un parqueo con varios carros de policía. Desde un cobertizo de tejas acanaladas de asbesto-cemento me saludan dos jóvenes. No recordaba haberlos visto antes. Nos habían desmontado a todos para que estiráramos las piernas. Eran Normando Hernández y Mario Enrique Mayo. Hubo permutas en Camagüey: se quedaron algunos e ingresaron otros. Ya de noche entramos a Holguín. Recordé al poeta francés del mismo nombre. Vaya manía de asociar los lugares con la literatura. Nueva permuta. Dejamos a unos y recogimos a otros. Comimos sentados en el contén de una acera en el patio del cuartel provincial de la policía política holguinera. Seguimos viaje en medio de la noche.
“¡Ñooo!, ¿y p’a dónde vamos nosotros?”, me preguntó Jorge Olivera.
“Creo que p’a Jamaica” le contesté riendo.
De madrugada entramos a la cárcel de Boniato.

7 comentarios:

  1. Muy triste esto, muy bien contado parece un filme, una escena de nunca acabar. Gracias por compartirlo

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  2. ¡Ay! Cuanto me gustaría que este libro se editase algún día en España...
    ¡¡Mi 'Biblioteca cubana' lo necesita!!
    Un abrazo.

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  3. Juanca, muchas gracias a tí, que siendo un excelente poeta, siempre tienes una frase de elogio para los demás.
    Un abrazo.

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  4. Barbarito:
    Gracías. Y te doy algunas señas. El libro puedes conseguirlo en la Fundación Hispano Cubana en Mdrid, ellos hicieron una edición excelente. También puedes pedirlo por internet a la editorial Spirali, en Italia, quienes también hicieron una edición bellísima. Por último, si entras a la pagina de CADAL, en Argentina, puedes conseguirlo. La edición argentina fue la primera de todas.
    Un abrazo.

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  5. Gracias Manuel por la información. Veré de conseguirlo a través de la FHC; a ver si me lo puecen mandar contra reembolso o pago mediante tarjeta.
    Aunque yo soy muy antiguo y me complace mucho más comprar los libros en esos maravillosos establecimientos -quizá en vías de extinción- llamados librerías.
    Asímismo mantengo la ilusión de encontrar algún día a la venta las fabulosas "Memorias de la Plaza".
    Otro abrazo.

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  6. Barbarito:
    De las Memorias de la Plaza, puedo darte pocas noticias, las únicas versiones que exiten son: la digital de Cubanet, y una edición clandestina que se hizo por una editorial también clandestina llamada Reoculto y que circuló en cuba mientras yo estaba preso.
    otro abrazo

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  7. Gracias Manuel por la re-información.
    La "edicción digital" por capítulos (de los tiempos de Cubanet)de "Memorias de la Plaza" ya la tengo impresa y encuadernada; pero sigo soñando en verla algún día en formato libro.
    En cuanto a la edición cubana cladestina, me imagino que será muy difícil conseguirla hoy en día (...si no es a través de un particular), pero lo intentaré en mi próximo viaje a Cuba.
    Ahora voy a ver si consigo la de "Escrito sin permiso", mediante la Fundación Hispano Cubana.
    Cuando lo tenga, ya vendré por aquí a contarte mi feliz éxito :)
    Abrazo.

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