El jueves 21 de junio, quizás mientras yo conducía por una autopista del sur de La Florida, mascullando en la memoria algún párrafo titubeante, la soledad siguió acosándome con otra ausencia: moría en La Habana un amigo con el que compartí sueños, poemas, complicidades y hasta vituperios. Tenía 70 años ya, y yo sin darme cuenta.
Se llamaba, se llama, se llamará, Ibrahím Doblado del Rosario y su obra, aunque muchos funcionarios de medio pelo y mediocres de toda laya mantuvieron por mucho tiempo casi en el anonimato, es y será un legado a las letras cubanas.
Gordinflón y cansino, una mañana lejanísima en el recuerdo, llegó a mi casa de Morón para conocernos. Traía consigo un cartapacio de poemas y capítulos de una novela que nunca llegó a concluir. Y traía también el ímpetu de quien no sabe doblarse lisonjero frente al poderoso aunque le cueste la anulación y el olvido.
Poeta raigal y un narrador de cepa. Sabía para qué servía la palabra bien hilvanada, la metáfora sublime y el tiempo del relato. Y quizás esa sabiduría lo convirtió en un apestado. Era la época de la grisura, las elegías tribunicias, las odas a las consignas, las apologías rosadas a que muchos sucumbieron, pero su lírica y su cosmogonía distaban mucho de esas prácticas adocenantes.
Lo vi sufrir frente a infames bodrios de recolectores de historias oportunas y versificadores de ocasión, del mismo modo en que lo vi vibrar de euforia ante un verso fulgurante de Roberto Manzano Díaz, unas estrofas infantiles transidas de ternura de Nelio Hernández o un cuento poderoso de Rodolfo Torres. Él era entonces, un poco, su aglutinador y su guía. Se desempeñaba en eso de los talleres literarios en la provincia de Camagüey.
Contra viento, envidias y malas referencias ganó premios nacionales de literatura, publicó libros de facturas excelsas y por último se refugió en Dios y la locura. Nunca fue un mimado de las hordas culturales que lo acechaban, pero siempre fue un crítico y un amigo inestimable.
En un pequeño panegírico, que me enviara su sobrino Alexader desde España, escrito por un amigo de entonces, y publicado en un oscuro periódico de provincia, supe de su muerte. Félix Sánchez lo describe así: El viernes 22, tras unas breves horas de estancia en la funeraria de Calzada y K, acompañado de su hija Samira, partió Ibrahím hacia la eternidad. Todos sus amigos y colegas de Ciego de Ávila nos enteramos tardíamente, y no nos lo perdonamos ni lo perdonamos.
En paz descanse un buen hombre.
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