Los disidentes cubanos, ante la sordera y la indiferencia mundial, vamos a terminar aquejados con el síndrome del patito feo. Nos falta una belleza como Camila Vallejo. No somos espectaculares ni carismáticos como Hugo Chávez. Tampoco lo suficientemente exóticos para llamar la atención.
En Cuba, el carisma lo tiene Fidel Castro y lo verdaderamente exótico e insólito es su casi macondiana revolución convertida en dictadura de más de medio siglo, que sigue siendo de él, aunque ahora sólo escriba reflexiones que firma como Compañero Fidel.
Los disidentes tenemos que admitir que no hemos sido capaces de despertar el interés mundial como las tribus indígenas de la Amazonia, el Dalai Lama, las Madres de la Plaza de Mayo o las ballenas que amenazan a la vuelta de unos años en quedar convertidas “en imágenes de archivo de un programa vespertino de televisión”, según dijera un cantante.
A propósito de cantantes, no hay uno de fama internacional que dedique una canción a las Damas de Blanco, como hizo Sting, un tipo sensible e identificado con las causas nobles, cuando vio bailar solas a las esposas y las hijas de los asesinados por las dictaduras militares sudamericanas.
¿Será la insistencia de la prensa internacional en repetir el estribillo de “la fragmentada oposición, penetrada por Seguridad del Estado” el motivo por el cual ningún director ha dedicado a la vida de nosotros una película como “La vida de los otros”? Y con tantas historias como hay, uno se pregunta si de veras creerán que la Stassi era más aterradora que el G-2.
El día que un disidente cubano se canse de redactar documentos y para protestar, se dé candela en la vía pública, como los bonzos de Saigón de los años 60, dirán que sólo un perturbado mental optaría por el suicidio en medio de tanta maravilla. Adicionalmente, le reprocharán el feo manchón que dejó en la calle –que es de Fidel- y haber utilizado para su propósito suicida el petróleo que solidariamente envía Hugo Chávez.
Estropeando la nostalgia revolucionaria y romántica de los eternos izquierdistas con boinas guerrilleras y camisetas de Che Guevara, enfrentamos a una dictadura parlanchina, que se precia de desafiar a los Estados Unidos y que alguna vez encarnó la utopía. No importa si ya no es para nada fotogénica, sino todo lo contrario. Pero no importa. Quedan aquellas fotos hermosas de 1959. Con ellas basta para mantener el espejismo.
Así y todo, con lo poco fotogénicos e inconvenientes que somos los disidentes, cuando la prensa internacional repara en nosotros, porque algún preso político murió en huelga de hambre o porque alguien logró retratar a porristas que golpean mujeres en la calle, el régimen pone cara de víctima y asegura que se trata de “una nueva campaña mediática contra la revolución”.
Debemos ser comprensivos con los visitantes extranjeros que acuden a lo que creen el paraíso revolucionario. Si los cubanos no logramos construirlo, se supone que al menos debemos simularlo. ¿Qué derecho tenemos los disidentes a estropear las vacaciones en Cuba de tantos camaradas solidarios, compañeros de viaje, académicos zurdos y viejos verdes? ¿Por qué arruinar los negocitos en Cuba de Repsol y Meliá? ¿Cómo vamos a privarlos de las cultas e instruidas jineteras, los esbeltos pingueros y la mano de obra barata y sin derecho?
Tan mal como anda el mundo, con tanto indignado como hay -y con razón-, es de pésimo gusto hablar a los visitantes extranjeros de las Damas de Blanco, los presos políticos, las cárceles dantescas que no permiten inspeccionar y los opositores asediados por las brigadas de respuesta rápida y la Seguridad del Estado. Una verdadera impertinencia nuestra majadería de reclamar democracia en vez de ponernos a bailar salsa.
¡Cuán desconsiderados somos en negarnos a sonreír a los lentes de sus cámaras, parados ante los pintorescos escombros de La Habana, y repetir todo lo que ellos esperan escuchar acerca de nuestra felicidad!
luicino2012@gmail.com
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