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sábado, 12 de diciembre de 2009

SABADOS DEL AYER







Esta sección debo agradecerla a mi amigo, el poeta Manuel Sosa, que tuvo la gentileza de, mientras yo estaba en una cárcel de Cuba, él iba leyendo mis textos y los guardaba. A mi llegada a Estados Unidos, el poeta, desde Atlanta, me hizo llegar un CD-R con el archivo completo.


LA CIUDAD DE LOS DIEZ PESOS

Por Manuel Vázquez Portal, Grupo Trabajo Decoro

LA HABANA, mayo, 28, 2001 - Qué lejos están aquellos días en que con un medio (cinco centavos) se podía beber un refresco, comprar una caja de fósforos, viajar en un ómnibus, obtener un periódico, llamar por teléfono. Un níquel (también nombre, en idioma cubano, de los cinco centavos) era entonces el precio más popular. Cinco centavos costaba una tortica de Morón, un pirulí tamaño familiar, una taza de café, una vuelta en el carrusel, un helado de barquillo. Era la época en que con cuatro medios cualquiera se sentía feliz.
Hoy por hoy la cosa ha cambiado mucho. El medio ha caído en desgracia. Sirve nada más que para hacer llamadas telefónicas locales, cuando algún teléfono público te lo permite. A los niños ahora para que se tomen un helado de barquillo hay que darles tres pesos; para una tortica de Morón, dos; y para un refresco de latica, nueve. Eso del menudito (monedas fraccionarias del peso) para los niños, pasó a la historia. Estos son tiempos de carestías, y peor aún, de salarios bajos. Hay que ser un genio del ábaco para que te cuadren los precios con el salario.

El precio más popular es diez pesos y el salario medio doscientos. No saque cuentas, que se vuelve loco. Pero de todos modo daré algunos datos que los economistas no tienen en cuenta. Ellos se preocupan por la macroeconomía, los productos internos brutos, la liquidez financiera y otras palabrejas de difícil comprensión para los malabaristas salariales que andamos por acá abajo.
Sírvase saber que un litro de leche en bolsa negra, aunque viene envasado en bolsa transparente, cuesta diez pesos,
y hay que comprarlo porque a los niños les suspenden la cuota de venta cuando arriban a los siete años; que una bolsita de café de dos onzas cuesta diez pesos, y hay que comprarla porque esas bolsitas de dos onzas es lo que venden para todo un mes por la Libreta, y esa cantidad, ni llamando al Mago Merlín alcanza para treinta coladas que, si mal no recuerdo, es el promedio de días que tiene un mes; que una lata de pescado en conserva cuesta diez pesos, y hay que comprarla porque la dietética explica que se debe comer pescado aunque sea una vez a la semana. No saque cuentas, por favor, que ya, sólo en leche, vamos por trescientos pesos, en café, pongamos cien, y en pescado cuarenta. No hay salario que resista. Y no quiera averiguar cómo se las arregla el cubano.


Una pizza, diez pesos; un paquete de duralginas, diez pesos; un paquete de almohadillas sanitarias, diez pesos; un litro de yogur, diez pesos; un pasaje en taxis colectivos, diez pesos; una piña, diez pesos; un juguetico casero plástico, diez pesos; la epidemia de los diez pesos. Y todo sotto voce porque la mayoría de los vendedores son clandestinos y los productos hijos de la manigüiti (robo) en establecimientos del Estado, y si un inspector los atrapa los puede multar hasta con mil quinientos pesos y cuando mejor salga usted, puede salir acusado de receptación de artículos mal habidos. Así que ojo con la ciudad de los diez pesos que puede costarle más caro.

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