Es la hora de la solidaridad internacional con la disidencia, de aislar políticamente al gobierno cubano en cualquier foro internacional. Los mandatarios de naciones democráticas como Brasil tienen que evitar los viajes a la isla. El Vaticano debe sopesar su compromiso con los derechos humanos, y con los desafortunados de todo el mundo, y sus deberes como Estado. La propagación de la fe debe comenzar por la solidaridad con las víctimas. La presencia del papa Benedicto XVI en la Isla en marzo no será más que una carta abierta a la impunidad del régimen. La situación cubana ha llegado al gesto de desesperación. No apoyar ese gesto hoy día es una forma de complicidad, ha escrito Alejandro Armengol, en un artículo que recomiendo.
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