No sé por qué republico este poema hoy. No podría explicarlo. Tampoco me interesa mucho explicarlo. Lo republico y basta.
Ayer era la risa
y era
la grácil placidez hacia la nada,
el intrépido paso hacia una cumbre
que una vez tramontada se trocó vacuidad.
Era el andar de prisa
y era
invulnerable anhelo hasta los cirros altos,
los castillos del aire
sin culpas ni heredades.
Ayer era.
El retorno, espejismo,
de aquella placidez hacia la nada,
del intrépido paso,
de la altura falaz.
Los castillos no estaban pero sobran las culpas.
Unas piedras de entonces han recobrado el brillo
y alcanzan su esplendor tan sólo en la memoria.
La historia -odalisca mañosa- se torna un laberinto
con sendas bifurcadas, púas para sortear, gemas
que nunca fueron pero el recuerdo inventa.
Ayer es hoy la nada.
No es el triunfo poción contra los tiempos idos
ni el revés desgarrón que eternamente duela.
El dragón despiadado del instante
lanza fuegos
y no se puede huir sino a las llamas.
Mañana es siempre pétalo que llega.
Sin regreso se nace como única heredad.
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