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miércoles, 20 de enero de 2010

DOS MÁS DOS, SON 75


Loma arriba los sueños




Por Manuel Vázquez Portal



Arturo Pérez de Alejo se asomó al balcón del Escambray y descubrió que el mundo no era como se lo habían pintado. Se sintió estafado. Quizás furioso. Y aunque Moraima le palmeaba el hombro con amor, sintió que en su ancho pecho de hombre fraguado en las labranzas comenzó a tronar un pedrerío de avalancha. Montañés de piernas andariegas y corazón acostumbrado a las cumbres se dio cuenta de que la isla se hundía. Temerario como un arriero quiso evitar el desbarranque.
Era el año 1980. Miró su título de topógrafo, hojeó su carnet del Partido Comunista de Cuba, recordó su lanzacohetes BM-12 con el que recorrió la tierra angolana y comprendió que sus méritos valdrían muy poco después de la decisión que tomaría.
Era entonces director de la empresa provincial de viveros y floricultura, y cuando lo llamaron para que participara en los progroms que la policía política cubana preparaba contra gente sencilla que sólo quería marcharse del país, Arturo Pérez de Alejo, con toda la terquedad con que se ganó su sobrenombre de Pecho e' mulo, dijo que eso no le parecía heroico, sino bajo y cobarde, y que con él no podían contar para esa mierda.
En 1994 integró las organizaciones disidentes radicadas en Ciudad de La Habana, pero se dio cuenta de que su espacio estaba en las montañas, junto a la gente que amaba y conocía, y entones fundó la organización independiente de derechos humanos Escambray, que se extendió por la cadena de montañas del centro del país, incluyendo las provincias de Cienfuegos y Sancti Spíritus, y puso a correr a la policía política en esa región emblemática para la historia de Cuba.
La Primavera Negra de 2003 lo sorprendió loma arriba hacia los sueños y ni con los 20 años de cárcel a que lo condenaron han logrado que Pecho e’ mulo, ceda una pulgada en su amor y terquedad porque Cuba un día deje de ser un árbol carcomido por el comején de los Castro.




Otro cáncer en el alma



Por Don Alternán Carretero


Mirtha Ramona Llorente tiene un cáncer galopando por su sangre. La leucemia lleva muchos años tratando de derrotarla. No recuerda cuándo le empezó. Pero en su memoria no se apaga aquel miércoles 19 de marzo de 2003 en que la policía política cubana le instaló otro cáncer en el alma.
Hacía apenas ocho días que su hijo, Fabio Prieto Llorente, había cumplido los cuarenta años. Un desmesurado operativo militar invadió la casa del periodista independiente cubano, la revolcó sin desencia ni escrúpulos, se llevó a Fabio esposando frente a todos sus vecinos, y la anciana sintió un dolor que nunca le ha inflingido la leucemia. Supo inmediatamente que lucharía entonces con dos enfermedades mortales.
Mirtha Ramona tiene ahora 76 años, hace siete anda de trotamundo, junto a su hija Lourdes, por las cárceles de Cuba. A Fabio lo han trasladado varias veces desde que en abril de 2003 lo condenaran a 20 años de prisión por ejercer el noble oficio de mostrarles la verdad a los demás.
Pero no lo han condenando a él sólo. Su madre, cargada de vejez y enfermedades, ha sido condenada triplemente: a soportar la angustia de tener un hijo preso injustamente, a viajar por el infierno que es la isla para llevarle unas vituallas y unas caricias y a ver crecer a su nieto Fabito, quien entonces tenía sólo catorce años, sin la presencia de su padre.

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