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miércoles, 25 de noviembre de 2009

LA POLILLA IMPERTINENTE




CUBA, UNA REALIDAD GLACIAL
(Desde Manuel Vázquez Portal hasta Yoani Sánchez) 
Por Don Alternán Carretero



Los poetas inmaduros imitan, los poetas maduros roban, los malos poetas desfiguran lo que toman, y los buenos poetas lo convierten en algo mejor, o al menos en algo diferente. El buen poeta integra su robo en un todo de sentimiento que es único, patentemente distinto de aquello de lo que fue arrancado; el mal poeta lo estampa en algo que no tiene cohesión. Un buen poeta tomará prestado generalmente de autores lejanos en el tiempo, o extranjeros en la lengua, o de intereses diversos, decía el poeta y crítico estadounidense, Thomas Stearns Eliot.


Sin embargo, en Cuba semejante hipótesis no es aplicable.  Para ello sería necesario que la realidad cambiara, y los escritores y poetas se vieran obligados a tratar su circunstancialidad a partir de las esencialidades abordadas por sus antecesores, renovándolas. Lo que verificaría el axioma de Eliot. Pero ocurre que en una realidad congelada por cincuenta años, las circunstancias son las mismas. Para retomar la realidad, los textos de hoy son tan similares a los de hace diez o veinte años que pareciera calco puro.
Si se habla de periodismo, la cuestión se agudiza. El periodismo es el retrato de un instante -según el profesor Alberto Muller- y como el mismo instante -por estar sometido al estatismo- es eterno, la crónica es también eterna.
Un tema escrito hace 10 años mantiene una vigencia tal que cualquier sucesor que lo retome corre el riesgo de pasar por imitador sin gracia, pero no es su culpa. Quizás nunca haya leído la crónica anterior, mas, como el instante es el mismo lo refleja de idéntico modo.
Si les resulta muy enrevesado el asunto, les pongo un ejemplo en el cual se hace palpable el dilema. Observen con cuidado esta dos crónicas sobre una misma realidad hibernada por un gobierno estatista.

Los días del agua
Por Manuel Vázquez Portal.

LA HABANA, (febrero-4-1999) www.Cubanet, org. Darse una ducha en Cuba es casi un privilegio. No piense jamás en un baño de inmersión, alberca llena y sales minerales. Una jacuzzi, más que un sueño, puede ser un delirio. El cubo y el jarrito son el lujo del baño cubano. Y no es sólo por la escasez del jabón, la falta de toalla, la dolarizacion del shampú, sino porque el agua, ese sencillo líquido que nos rodea, no llega comúnmente a la zona donde residen las personas.

De niño vi en mi pueblo innumerables artificios para elevar el agua hasta la cantarina regadera de la ducha familiar. En la mayoría de los patios existía un pozo, en la mayoría de los pozos existía una bomba eléctrica o manual para impulsar el agua hasta los tanques que allá en su altura abastecían el hogar. Darse una ducha a cualquier hora del día era lo más normal del mundo. Los políticos de entonces podían cacarear en cada campaña electoral que bajo su gobierno sí se acometería y terminaría el tan prometido acueducto, porque a nadie realmente le importaba, cada quien resolvía por sus propios medios. Lo más engorroso era bombear el agua hasta los tanques, pero para eso existía un hombre pequeño, enteco y subnormal, que desde temprano recorría el pueblo, y por un par de pesetas realizaba la ardua tarea. Pedro Turbina, lo apodábamos los muchachos.
Por fin, allá por la década del 60, tuvimos acueducto. Los pozos se fueron sellando, las bombas manuales desaparecieron. Pedro Turbina se quedó sin empleo y murió olvidado por todos. El pueblo creció y el agua empezó a escasear. Los primeros aseos con cubo y jarrito me parecieron una fiesta. Me hacían recordar los primeros años cuando mi madre, cuidando de que la jabonadura no me cayera en los ojos, me enjuagaba la cabeza. Cuando el cubo y el jarrito se volvieron costumbre ya me parecía una tortura.
Jarrito para lavarse la cara, jarrito para cepillarse los dientes, jarrito para la intimidad nocturna. Cubo para el fregadero, cubo para la batea, cubo para el inodoro, ¡de cubo y jarrito! Los grifos olvidaron su rumor cristalino.
Partí de mi pueblo una mañana y entre tantas cosas que quedaron atrás pensé que el cubo y el jarrito también se borrarían de mi vida. Qué chasco. La Habana era casi un desierto. Mi primer alojamiento fue en Centro Habana. La ducha era allí un recuerdo oxidado empotrado en la pared. En La Lisa, un tanque de 55 galones debía alcanzar para dos días. Había que contar los litros de cocinar para no quedarse sin fregar. Luego vino Mantilla y el Vedado. Más tarde El Cerro y Alamar.
Llevo más de veinte años con el cubo y el jarrito a cuestas. Qué difícil es para el cubano darse una buena ducha. ¿Volveré algún día a sentir sobre mis hombros ese aguacero íntimo, relajante, purificador, que tanto nos alivia antes del sancochito nuestro de cada día? *


DIEZ AÑOS DESPUÉS...


Generacion Y

Cubo y jarrito

Por Yoani Sánchez

Mayo 25th, 2009.

Bajo el lavamanos descansa el cubo plástico con el que se baña toda la familia. Hace más de veinte años, las tuberías colapsaron y para usar el servicio hay que cargar el agua desde un tanque en el patio. Cuando llega el invierno, se preparan un baño tibio gracias al calentador eléctrico hecho con dos latas de leche condensada. Ninguno de los niños de la casa conoce la sensación del chorro cayendo sobre sus hombros, pues el agua sólo entra una vez por semana. Nadie puede –entonces– malgastarla en una ducha.

Al ritmo del jarrito que baja y sube se asean la mayoría de las personas que conozco. La depauperación de las redes hidráulicas y los excesivos precios de las piezas de plomería contribuyen al estado calamitoso de las toilettes. Ese momento íntimo y placentero que debe ser el acto de lavarnos el cuerpo se convierte en una secuencia de incomodidades para buena parte de mis compatriotas. Al mal estado de la infraestructura hay que agregarle que para comprar champú y jabón se necesita esa otra moneda con la que no nos pagan los salarios.
Juan Carlos y su esposa conocen bien de sequedades y noches vigilando las tuberías. En su casa, el preciado líquido llega cada siete días y sólo tiene presión para salir por una cañería pegada al suelo. Para esta pareja, el cubo y el jarrito son herramientas imprescindibles sin las que no lograrían cocinar, lavar o limpiar la casa. Tantos años sin poder abrir la pila y enjuagarse las manos los han obligado a desarrollar una metodología que hoy nos explican en estas imágenes. Es una breve demostración que -al decir de mi delgado amigo- “les va causar risa, pero es patético y trágico lo que está ocurriendo en nuestro país”.

*Existe otra versión de Los días del agua, publicada en El Nuevo Herald de Miami, el día 21 enero de 2008, por Manuel Vázquez Portal.

1 comentario:

  1. Gracias por acordarme de esa epopeya del cubo y del jarrito. En mi casa había cisterna y a veces podíamos permitirnos una ducha, pero cuando ésta se rompía había que echarle mano al cubo y al jarrito. Y de mi paso por el UMAP ni te hablo, ahí a veces ni nos bañábamos.

    http://regardcubain.unblog.fr

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