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lunes, 30 de noviembre de 2009

CANTAR DE LA SABANA





EL ¡AY! DE TODOS LOS AYES












Por Efraín Riverón

¡Cómo la extraño! No sé
por qué me llovizna tanto
sobre el alma. Murió el canto
de la esperanza. Se fue
hacia ella misma. ¿Por qué
prefiere apagarse así,
acaracolarse allí,
en su playa gris y ciega
donde sin darse se entrega?
¿Por qué se ido? ¡Ay de mí!



¡Ay del jardín! por la fuga
de su polen, bronce y luz
que sabe entre carne y cruz
desclavar vuelo la oruga.
¡Ay del lado que conjuga
el verbo que la acorrala,
y asume la abrupta y mala
suerte, lejos de mi suerte,
con vientecillos de muerte
amenazándole el ala!



¡Ay de la espuma y el vino
que le humedecen la boca
donde el viaje que la toca
le escamotea el camino!
¡Ay de su doble destino
donde por ratos sucedo,
y a veces puedo o no puedo
salvar la tremenda duda
cuando a solas se desnuda
para vestirse de miedo!


¡Ay de sus besos heridos
por espinas de tragedia,
en una absurda comedia
de diálogos repetidos.
¡Ay de sus nuevos vestidos
remendándole el momento,
y el perpetuo movimiento
de la nieve en su mirada
que la hace una flor tumbada
en las espaldas del viento!


¡Ay de su cintura, donde
el equinoccio se quiebra
y el pétalo que la afiebra
no habla, se achica, se esconde!

¡Ay del tono que la ahonde
para encontrarse conmigo,
y quiera el férreo postigo
encarcelar sus manías,
si el pan de todos los días
sale a buscarlo en mi trigo!


¡Ay del todo que la supo
como ha sido y como es,
descubriéndola a través
de las ciudades que agrupo!
¡Ay, Señor! ¿Por qué no cupo
en mi noche con su estrella?
¡Ay de su rumbo y su huella
empolvados de vacío!
¡Ay de sus ayes, Dios mío!
¡Ay de mi amor! ¡Ay de ella!


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