(Novela inédita)
Capitulo diez.
Enrique se fue a Alemania. Pero algo de él se movía en el interior de Rebeca. El coronel Rodolfo no sospechaba siquiera los malabares que tendría que jugar para que la honra de su hija, de su familia, y sobre todo la de él, salieran ilesas de aquel nuevo embrollo en que el carácter impetuoso de Rebeca los había sumido.
─Le roncan los cojones-gritó fuera de sí el coronel─venirse a preñar a esta hora.
─Tú eres el culpable. La dejas hacer lo que le dé la gana. Fustigó la madre de Rebeca.
─En esta casa yo soy el culpable de todo.
─¿Quién es el que nunca está? Estados de alerta. Reuniones del Partido. Citaciones urgentes del Estado Mayor. Intrigas de la FAR para joder al MINIT. Viajes secretos al extranjero. Eh, ¿dime?
─Mira, lo que hay que hacer, es resolver este tallo.
─¿Cómo? Ella dice que no se hará ningún legrado.
─¿Donde está ella?
─En la Universidad, supongo.
─No te ha dicho quién es el padre.
─No.
─A mi me lo dirá. No te tiene confianza porque tú tratas de imponértele. Hay que irle por abajo, Tiene un carácter muy fuerte.
─Tiene a quien salir.
Rodolfo no quiso responder la insinuación de su mujer. Para todos representaba un hombre de carácter disciplinado, inflexible, estricto. Y eso, quizás muy necesario para ejercer la autoridad que detentaba, se tornaba una simple máscara que usaba para hacerse obedecer. En casa Rebeca fungía como la princesa caprichosa y su madre la reina todopoderosa que regía, ordenaba, se imponía. El coronel era realmente manso y suave como una paloma. Su hija lo ponía a danzar en la palma de su mano. Sentía por ella una ternura que se tornaba debilidad. Verla desear era para él una orden, verla llorar un sufrimiento, verla reír una fiesta. Nunca tuvo energías para reprenderla. Cualquier regaño resultaba de una impostura tal que ambos terminaban burlándose de lo caricaturesco de su seriedad. Se declaraba incapaz de reprobar el más mínimo acto de ella. Realmente el carácter recio de Rebeca se lo debía a la madre, aunque el coronel alardeara en público de que lo había heredado de él.
Rodolfo fue hasta el refrigerador. Lo abrió. Tomó una botella de cerveza y caminó hasta la terraza. Ocupaban el último piso y su apartamento era el más grande del edificio. Sobre una silla de extensión con mullidos cojines reposaba Vinagre, un gato de angora cuyo mal carácter le había granjeado aquel nombre agrio. El coronel lo tomó por la barriga, lo levantó hasta la altura del pecho y, después de una carantoña más propia de un niño que del recio hombre que era, se sentó con el gato acomodado en el regazo.
Desde aquella terraza la ciudad no era calurosa, ni sucia ni triste. El aire acondicionado y los cristales polarizados dotaban al ojo de una visión más idílica. Desde allí simulaba, más bien, una postal turística. Todo el hechizo inexplicable de La Habana cabía en una ojeada. El sol como una moneda gigantesca entrando pausadamente en la hucha del mar. Los altos edificios del Vedado, fileteados por el dorado del atardecer, parecían derrochar holgura, placidez, alegría. La avenida del Malecón se deslizaba sinuosa y musical como un reptil salpicado por la espuma de las olas. La cúpula del Capitolio Nacional como una ridícula torta revestida de un merengue grisáceo.
Desde aquella terraza la ciudad no era calurosa, ni sucia ni triste. El aire acondicionado y los cristales polarizados dotaban al ojo de una visión más idílica. Desde allí simulaba, más bien, una postal turística. Todo el hechizo inexplicable de La Habana cabía en una ojeada. El sol como una moneda gigantesca entrando pausadamente en la hucha del mar. Los altos edificios del Vedado, fileteados por el dorado del atardecer, parecían derrochar holgura, placidez, alegría. La avenida del Malecón se deslizaba sinuosa y musical como un reptil salpicado por la espuma de las olas. La cúpula del Capitolio Nacional como una ridícula torta revestida de un merengue grisáceo.
El gato ronroneó como si lo hubiera entendido. Arqueó el lomo y se convirtió en un ovillo suave. De sólo escuchar el nombre de Rebeca, comenzó a lamerse con fruición una de las patas traseras. Parecía hecho sin huesos. Con esa elasticidad propia de los felinos la lengua recorría el largo trecho desde las uñas hasta el anca y, mientras se refocilaba en su gozo, con los ojos entornado, el gato quizás rememoraba el deleite de Rebeca cuando él hacía lo mismo en el cuerpo de la muchacha. Ella lo había entrenado en el lúbrico, sutil juego de lamerla, mientras se untaba leche fresca sobre la piel y los rincones más cálidos, y lo guiaba por aquellos parajes placenteros donde iba depositando el líquido, hasta que en el final de la ruta, siempre el mismo sitio, la muchacha contorsionaba y gemía poseída por un demonio dulce que le extraviaba los ojos y la dejaba como sin sentido.
─Y qué mal momento escogió para el desplante─reflexionó en voz alta el coronel─ No sabe la de rollos que hay en el ministerio. Quien se salve queda bobo. Suerte que yo no estoy embarrado. Porque esto va a explotar. No digo yo si explota. La gente de arriba se va a sacudir y toda la mierda caerá sobre los hombros de alguien. Segurito, segurito. La mierda de esa clase nunca cae al suelo. Es mucho el ruido y los cabrones no se van a dejar cagar.
El gato parecía no oírlo. Había asumido esa postura distante, aristocrática que le era característica. Se tornaba, más bien, una escultura de líneas casi musicales. La pelambre relucía como rodeada de una luz interior que le brotaba levemente del cuerpo. Un misterio insondable le vidriaba la mirada. Su presencia sobre las piernas de Rodolfo era física pero en espíritu vagaba por inextricables vericuetos.
─Si el verraco de Enrique estuviera aquí, este asunto sería pan comido. Rebequita se las arreglaría para endilgarle la barriga. Veremos si se hace hombre en Alemania. Aunque como está la cosa, aquello se jode antes de que termine de estudiar. Mala pata, carajo. Todo se está juntando. Violeta Chamorro le va a ganar a Daniel Ortega. Estados Unidos vinculándonos con la droga. El campo socialista con todos los tabiques agrietados. Qué añito. 1988. 88, muerto grande. ¿Quién irá a poner el muerto?