Por Don Alternán Carretero
La misma lluvia: grisura, morriña. Los mismos cubanos: abulia, olvido. El mismo gobierno: inercia, represión, silencio. La isla padece de intemporalidad. Por lo antaño de la dictadura que la consume, diríase, un daguerrotipo corroido. El tiempo solo castiga a los pobres. Únicamente en sus rostros macilentos se observa el transcurrir. Más viejos. Más menesterosos. Más tristes. Más desesperanzados. Solamente en las mismas calles, como bombardeadas; sólo en los mismos edificios, como azotados por todos los huracanes del universo, se ve el roer de los años. Parecería que todos los relojes se hubieran roto y estuvieran detenidos desde que el comunismo cruzó el Caribe y recaló en la otrora bella isla. Cuba es hoy un fósil detenido bajo un aguacero. Para probarlo solo les propongo leean estas dos crónica escritas con diez años de diferencia y por dos personas diferentes.
Por Manuel Vázquez Portal
Grupo de trabajo Decoro
Grupo de trabajo Decoro
LA HABANA, http://www.cubanet.org/. Septiembre, 10, 2001 - Una lluvia neblinosa, triste, está cayendo sobre La Habana. Me he refugiado bajo los portales de la esquina que forman las calles Reina y Galiano. Desde la antigua Plaza del Vapor viene una estampida de personas que huyen del agua. Se ha roto la larga fila del camello M-2. Frente a los almacenes Ultra se amontonan también los transeúntes. Los minúsvalidos, devenidos comerciantes de baratijas, recogen apresurados sus mercaderías para que el agua no las estropee, para que las personas no se las pisen. Un tragante en la calle Rayo comienza a vomitar sus albañales aromáticos. Pasa un camión de carga rugiendo y salpicando.
Las calles son el muestrario de impermeables de la pobreza: pasa un hombre bajo un pedazo de cartón, pasa una anciana soportando sobre sus años un nylon que se le pega al cuerpo por el peso del agua, pasa una mujer cubierta por unos papeles de periódico, una muchacha se sacude el cabello y maldice por sus zapatos en riesgo, pasa un niño sin prisa, sin más paraguas que su inocencia, pasa mi mirada sobre los contenes desbordados que arrastran todas las inmundicias de la ciudad.
Es septiembre y llueve. Llueve con una música monótona y una grisura melancólica. Los estómagos chirrían y los pies se impacientan. Los edificios, los más, ruinosos, se desdibujan bajo el cendal de la lluvia. En la esquina de Aguila y Dragones se detiene un ómnibus y una suerte de abordaje frenético lo zarandea, lo repleta. La cola de ciclistas que espera el ciclobus que los pasará por el túnel de la bahía se ha guarecido en los portales de la antigua Compañía Telefónica. Un mendigo de ropas encartonadas por la mugre mira al cielo ya sin esperanzas.
El niño sin paraguas, con los brazos cruzados sobre el pecho desnudo, entabla una conversación con el custodio de una tienda por divisas.
- Señor, ¿a qué hora cierran la shopping?
El hombre regresa de sus sueños, de sus reflexiones, de su alelamiento frente a la lluvia. Con un gesto maquinal se ajusta la gorra, se pone de pie y se cuadra militarmente.
- A las siete, mi general, responde al niño.
El niño sonríe. Aquel hombre le recuerda los soldaditos de plástico que él ordena, desordena, mata y revive en sus batallas contra el tedio.
- ¿Estuviste en la guerra?
- No, mi general.
El hombre juega quizás con el recuerdo de su nieto. El niño juega con el súbdito manso a que todos aspiramos gobernar.
- ¿Eras coronel?
- Capitán, mi general.
- ¿Te gustaba ser capitán?
- No, pero había que vivir.
- ¿Te gusta ser custodio de la shopping?
- No, pero hay que vivir.
- Bueno. Dice el niño y se marcha. Se marcha y cruza otra vez la lluvia sin prisa y sin paraguas.
DIEZ AÑOS DESPUÉS..
CUANDO LLUEVE
Por Yoani Sánchez
Generación Y
Noviembre 25th, 2009
No ha salido el sol en todo el día y a cada rato un aguacero nos obliga a meternos en algún portal o quedarnos en casa. Se podría pensar que en un país tropical la vida se organiza teniendo en cuenta el clima y que junto a la ropa ligera tenemos siempre a mano sombrillas y capas de agua. Pero no es así. Las filtraciones de los techos son comunes, especialmente en las construcciones de los últimos cincuenta años; viviendas, oficinas, escuelas y hospitales, incluso almacenes de mercancías sufren repetidas pérdidas a consecuencia de ellas. Los derrumbes, por su parte, que ya constituyen una tipicidad en el paisaje urbano, no son producto de bombardeos del imperialismo, sino provocados precisamente por la dificultad para adquirir materiales constructivos e impermeabilizantes.
“No pude ir porque estaba lloviendo” es la disculpa más común de la temporada. No asistir o llegar tarde, lo mismo al trabajo que a una cita amorosa, están socialmente aceptados cuando esgrimimos el contundente argumento. Pero no siempre se trata de un falso pretexto, pues si la calle donde vivimos tiene las alcantarillas tupidas, el riesgo de caer en los numerosos baches –cubiertos por el agua– es ciertamente posible.
Muchas veces hemos visto en filmes extranjeros la escena de una multitud bajo la lluvia. Nos impresiona la imagen de esa nube de paraguas que se extiende a lo largo de una avenida o a todo lo ancho de las gradas de un estadio. Inevitablemente comparamos esas escenas con la típica estampa de nuestras calles en medio de un chaparrón: bolsas de nylon usadas como gorro, el periódico Granma o un trozo de cartón intentando cubrir la cabeza; personas mayores aguardando bajo los balcones o apelotonadas en una parada de ómnibus. La alegría casi siempre la aportan los jóvenes que desafían el temporal, corriendo empapados y surfeando sobre lo primero que se encuentran, una tabla o la vieja goma de un auto, agarrados a la defensa de un camión.
Son días para preguntarse cuándo tener una capa de agua –sin huecos y a la medida– dejará de ser un sueño irrealizable para tantos, cuándo la ciudad no colapsará por un simple chubasco que cae sobre el trópico.
* Existe otra versión de Singin' in the rain, bajo el título de Si Raúl se acordara de los jubilados, aparecida en El Nuevo Herlad de Miami, el domingo 3 de marzo de 2008.
Magistrales relatos.
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