Cuando la
patria es un negocio hay que dejársela a los buhoneros. Nada tienen que hacer
ahí quienes la aman.
Aquellos
que la convierten en mercancía, le ponen precio, y la venden. Y tras el turbio
regateo, quienes la compran tienen la secreta intención de revenderla con mayores ganancias. Pero ya
no es patria semejante mercadería.
Ramera
barata es entonces la patria. Quienes la envilecen con semejante tráfago no
merecen el nombre de patriotas. Llamadles mercachifles,
decidles traficantes.
Sépase que la voz hipócrita o el silencio
oportunista, mientras se sopesa el precio, no es más que pregón, y luego ardid, de vendedor
ambulante. Pero no confundáis jamás el dulce éxtasis con el fragor de una noche de sábanas
apuradas.
Váyase el
amante tierno con los ojos en alto y el corazón en llamas, satisfecho de
haberla servido. Espere el varón íntegro que la patria verdadera clame otra vez por él y corra a servirla sin rencores.
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