Han terminado los debates públicos de la contienda electoral de Estados Unidos sin que se vislumbre un ganador indiscutible a pesar de manipulaciones mediáticas y triunfalismos partidistas.
La noche del lunes el presidente demócrata Barack Obama, y el candidato republicano Mitt Romney, lanzaron sus últimas lisonjas políticas a los votantes para granjearse sus simpatías.
En los tres combates del torneo ellos han sido los “pesos pluma”. Los verdaderos “pesos pesados” son el voto popular y los votos electorales.
Aun así la incertidumbre sigue gravitando sobre el país. No hay un ganador claro. Según las últimas encuestas, ambos candidatos obtendrían cada uno cerca del 47 por ciento del voto popular, algo que no favorece al titular, aunque Obama lleve cierta ventaja en los votos electorales.
De ahora hasta el día 6 de noviembre el votante se quedará a solas para, entre malabares aritméticos y conjeturas abstractas, pagar sus cuentas y otear un futuro más halagüeño para la nación.
Y ahí es donde me parece que Mitt Romney ha sido más claro. Una nación sin una economía fuerte no puede aspirar a unas relaciones exteriores fuertes. Lo primero es ordenar la casa y luego irradiar ese orden. Quien haga florecer la economía hará florecer las relaciones exteriores. Nadie sigue o negocia con un “muerto de hambre” a menos que quiera esclavizarlo. Ya lo dice el adgio popular: si Tin tiene...
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