recogen ya la carpa los tarugos,
la pista es un reguero de mendrugos
que se pudren al sol de la alborada.
La fiera que rugió desgañitada
bajo el trallar de látigos verdugos
reposa ya en su jaula, y a los yugos
del domador se postra. La elogiada
gracia del trapecista ya es olvido,
es olvido también la serpentina
que ondulante agitó la bailarinafrente a los ojos lelos de los viejos.
Es olvido el mago y sus espejos,
pero, al menos, resultó divertido.
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